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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-03-29
Cristina Maristany - Escritora
Con vosotros

Ante todo, daros la enhorabuena por estos momentos vividos hoy en los que revolotea el recuerdo de aquellas palabras pronunciadas en Anoeta, en las que se hablaba claramente de la «necesidad de abrir un proceso de solución democrática al conflicto». Palabras que han cristalizado y nos han llevado a un importantísimo «alto el fuego permanente» que espero que esta vez el Gobierno del Estado español sea consciente de que se vislumbra, por fin, el camino definitivo de la paz.

Ha sido un camino largo y duro, y lo seguirá siendo. En ese camino son muchos los que han caído, muchos los que han sufrido y sufren, y muchos los que lo han dado todo por él. Estos días viene a mi memoria, imparable, el nombre y la figura de uno de ellos: Jon Idígoras. Escribí un artículo nada más producirse su muerte, pero imaginaba que tendríais varios pendientes de personas mucho más cercanas a él y no os lo mandé. La noticia me dejó impresionada y muy triste, por lo que necesitaba escribirle algo. Os lo envío ahora para recordarle en estos transcendentales días, ya próximo el aniversario de su desaparición:

«El vacío que ha dejado en Euskal Herria es brutal. Era la referencia de la izquierda abertzale y también la imagen representativa que detestaban los fascistas, pero que, a la vez, les fascinaba, ya que era el antídoto de todo lo que eran ellos o, mejor dicho, la imagen de lo que nunca podrían llegar a ser. Despistado, guasón, irónico, revolucionario a tope, alegre y, sobre todo, consecuente con sus ideas. Pese a su fisonomía de hombre duro, era una persona entrañable que rezumaba una gran humanidad. Como decían de él sus compañeros: ‘Ha sido militante desde sus años más tempranos hasta su último suspiro’.

Yo le vi sólo un par de veces, en Madrid, cuando Herri Batasuna decidió presentarse a las elecciones al Parlamento Europeo. Habíamos organizado varios amigos un homenaje al líder socialista vasco Antonio Amat. El lugar elegido era un insólito y hortero restaurante. Allí celebrábamos los actos más diversos: el homenaje a Pepe Bergamín, etc... A esa cena asistieron trescientas personas, de izquierda por supuesto, pero con ‘matices’, y habíamos invitado a Herri Batasuna. Recuerdo que cuando llegaron les pregunté si querían intervenir y me dijeron que no lo iban a hacer. Después, en la sobremesa, hablamos varios de la organización, y, como escribí un artículo sobre Antonio Amat que posteriormente fue publicado, conservo el texto que provocó lo ocurrido aquella noche. Mi intervención fue aplaudida y también abucheada por una parte de los asistentes, pues no estaban de acuerdo con mis referencias a los miembros de Herri Batasuna que habíamos invitado a la cena: Jon Idígoras, Pepe Rey y Alex Ugalde. Decía así: ‘Aquí se encuentran varias personas que conocieron e incluso compartieron la cárcel con Antonio Amat. En estos tiempos de trepas y mutantes, en ese carrusel de máscaras y marionetas autosatisfechas, la figura de ese gran luchador vasco que no se doblegó nunca adquiere una fuerza extraordinaria. Pienso que, pese a la cruel desmemoria de la Historia, el recuerdo de Amat permanecerá imborrable entre nosotros (aplausos). Quiero dar la bienvenida a los compañeros de Herri Batasuna que se encuentran aquí esta noche y que han decidido presentar su candidatura al Parlamento Europeo. Como se ha visto, ya mucho antes del inicio de la campaña electoral se ha orquestado una vergonzante campaña difamatoria. Hasta el diario ‘El País’ ha denunciado la gravedad de las acusaciones con el firme propósito de intentar su ilegalización. Bienvenidos otra vez, y espero que la obtención de representación en el Parlamento Europeo sirva para que desde allí se pueda contribuir a la necesaria pacificación de Euskadi (algunos abucheos)’. Al terminar leí unas palabras de solidaridad de Marcelino Camacho y fui nuevamente aplaudida; sirvió como bálsamo para enfriar los ánimos. Recuerdo que, después de los a-plausos y los abucheos, acabamos cantando con los amigos vascos el Eusko Gudariak. Conservo una foto surrealista de esa noche, en la que aparecen los de HB cenando y, detrás de la mesa, un decorado horroroso de cartón piedra y chillones colores que quería ser la Alambra de Granada.

Jon estaba muy ‘ilusionado con el contexto político actual’, pero también era consciente de las enormes dificultades que crearía, ya que se iba a intentar, desde todos los medios, que fracasara la gran esperanza de paz. Su último acto político importante fue el 14 de noviembre, en Anoeta, estando ya muy enfermo. Allí dijo: ‘Hemos pagado una cara factura, pero lo hemos hecho en pie y con el puño cerrado, y lucharemos hasta la victoria final’. También dijo: ‘Para avanzar hay que ser generosos y hay que abrir nuevos caminos, pese a los riesgos’.

Aunque sabía que estaba delicado de salud, la noticia de su muerte me ha conmovido profundamente. Su recuerdo sobrevivirá al paso de los tiempos y siempre asociaré su figura con cosas tan hermosas como calor humano y autenticidad.

A su compañera (a quien no llegué a conocer) y a todos sus compañeros y amigos, os mando mi abrazo más solidario. Y a ti, Jon, te he hecho mi particular homenaje. Sola en casa, puño en alto, te he cantado el Eusko Gudariak. Agur y un abrazo muy fuerte a todos».

Se habla mucho de las víctimas que han quedado en el camino, pero las víctimas son todas y yo, desde estas páginas, no puedo olvidarme de nombres como Santi Brouard, Josu Muguruza, Argala, Lasa, Zabala... y tantos otros... Y de los presos, a los que nunca olvido, y recuerdo mis últimas palabras en la prisión de Herrera de la Mancha en aquella lejana Navidad del 91: «Algún día, cuando escampe la noche y llegue por fin la paz a Euskal Herria, no entenderemos la ceguera en la búsqueda de soluciones que ha producido tanto sufrimiento y nos parecerá absolutamente monstruoso el haber tardado tanto en el logro de la paz». -


 
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