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Gara > Idatzia > Mundua 2006-12-03
Jornadas de la fundación guayasamin en La Habana
«Fidel, ochenta años y p’alante»
300.000 habaneros de todas la edades dieron color, variedad y ritmo a las tropas regulares de infantería, guardamarinas y caballería que desfilaron ayer durante dos horas en la gran marcha militar de la Plaza de la Revolución en La Habana. Fidel Castro finalmente no apareció y fue su hermano Raúl, presidente interino desde finales de julio, quien presidió los actos acompañado, entre otras autoridades, de los presidentes de Bolivia y Nicaragua, Evo Morales y Daniel Ortega.

No estaba Fidel y, a juzgar por los comentarios y declaraciones que en estos días vienen haciendo las autoridades cubanas, resulta improbable pensar en que vuelva a retomar la actividad pública. La demostración de fuerza militar con la que se quiso obsequiar ayer al líder cubano por su aplazado aniversario, el discurso de su hermano Raúl y, sobre todo, la exhibición de carteles, pancartas, gritos y entusiasmo hacia el carismático líder, convirtieron la convocatoria en una expresión inequívoca de magno homenaje y reconocimiento del pueblo cubano hacia su figura. Quizá el mayor y más grandioso homenaje tributado en vida a Fidel.

«Se oye, se siente, Fidel está presente» fue una de las frases más coreadas por los 300.000 vecinos de La Habana que cruzaron la plaza, entre agitar de banderas cubanas, centenares de pancartas y carteles artesanales con lemas de apoyo a Fidel ­«80 años y p’alante», «Felicidades, Fidel», «Comandante, ordene»­, mezclados con otros que animaban al presidente en funciones ­«Viva Raúl, tu pueblo te apoya»­ o dirigidos hacia el Gobierno estadounidense, con alusiones directas a su presidente: «Si se tiran, quedan» o «Bush, de transición nada».

La actividad de La Habana quedó paralizada desde primeras horas de la mañana y enormes grupos de personas colapsaban los accesos a la mítica Plaza de la Revolución a la espera de que se iniciara el acto. Con extrema puntualidad, a las 8 de la mañana, y con la tribuna presidencial formada a los pies del monumento a José Martí presidida por Raúl Castro, los comandantes de la Revolución, el Gobierno en pleno y mandatarios invitados de otros países, el grito de «¡Firmes!» lanzado por megafonía señaló el arranque del acto.

Junto a los presidentes de Bolivia y Nicaragua, Evo Morales y Daniel Ortega, el presidente de Haití, René Preval, y el primer ministro de San Vicente y Las Granadinas, se sentaron las delegaciones militares enviadas por Venezuela, Vietnam, China o Laos. El día anterior, el presidente Hugo Chávez envió a través del ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Nicolás Maduro, un largo mensaje a Fidel Castro, a quien se dirigía como «padre revolucionario». El escritor y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez era uno de los invitados especiales a quienes se situó junto a las máximas autoridades.

Más abajo estaban los representantes del cuerpo diplomático, el grupo de antiguos combatientes que protagonizaron el asalto al cuartel Moncada y la llegada a La Habana a bordo del buque Granma y los participantes en las jornadas «Memoria y futuro: Cuba y Fidel» de la Fundación Guayasamín.

Tras la orden de «¡Firmes. Por la izquierda. Presenten armas!, Raúl Castro dio el saludo militar junto a los generales de los tres ejércitos y pasó revista a las tropas desde el jeep militar que recorrió la explanada hasta situarse frente a la alta torre del Memorial Martí. 21 salvas en honor a los muertos por la revolución cubana y el silencio entonado por la corneta abrieron el camino del homenaje.

«Nuestros hermanos»

«No defraudaremos a Fidel» fue el mensaje que llevó una joven estudiante, Jeannete Martínez, ganadora del concurso de literatura «Amigos de las Fuerzas Armadas» con el que se rendía homenaje a sus integrantes y de quienes dijo que «aquí, en Cuba, las fuerzas armadas no son un cuerpo represivo, alejado del pueblo. Son mis padres, nuestros hermanos y amigos que nos defienden a todos».

Su principal representante, Raúl Castro, repasó la historia de Cuba para proclamar el papel histórico de las fuerzas armadas, «el mismo ejército del pueblo», dijo, desde la guerra contra el yugo colonial hasta nuestros días. Recuperando párrafos de anteriores discursos de Fidel Castro, aseveró que el Ejército es el factor de cohesión y de unidad para todo el pueblo, «en quien está depositada la bandera de esta revolución y que es su más fiel y disciplinado seguidor».

Constantes fueron también las alusiones a la unidad ­«es nuestra principal arma estratégica y lo que ha permitido resistir a esta pequeña isla»­ y al momento especial de América Latina: «Vivimos un momento excepcional; hubo quienes esperaban nuestra derrota definitiva tras el derrumbe del bloque socialista y, desde entonces, el Gobierno norteamericano no ha cesado en sus ataques contra Cuba. Grande ha sido la sorpresa y la fragmentación para nuestros enemigos que han demostrado la actitud y el vigor de nuestro pueblo en los últimos cuatro meses».

«La política aventurera de la Administración norteamericana ha terminado en fracaso ­declaró­ y, hoy, los pueblos latinoamericanos han expresado su indignación y repudio ante las políticas entreguistas y de subordinación al imperio. Los movimientos populares y revolucionarios se robustecen y nuevos y experimentados líderes asumen la conducción de sus naciones».

La intervención norteamericana en Irak se ha saldado, a juicio de Raúl Castro, con un caos del que ni siquiera sabe ya cómo salir el Gobierno estadounidense, sumido en «una encrucijada sin salida». Se mostró convencido, no obstante, de que «el pueblo norteamericano, al igual que lo hizo en Vietnam, pondrá fin a las guerras iniciadas por EEUU, estas guerras injustas e indiscriminadas».

Dialogo con washington

«Esperemos que Estados Unidos aprenda que la guerra no es la solución a los crecientes problemas del planeta, porque la salida a los acuciantes conflictos que enfrenta la humanidad no está en las guerras, sino en la solución política», manifestó Raúl Castro. Desde esta premisa, y desde la condición inamovible de que «este país nuestro no tolera sombras a su independencia», expuso «nuestra voluntad de resolver en la mesa de negociaciones el prolongado conflicto entre Estados Unidos y Cuba».

El comandante de las Fuerzas Armadas provocó los gritos y aplausos de los reunidos en la plaza al cerrar su intervención con la convicción de que la «revolución basada en la lucha de todo el pueblo continuará» y con el compromiso de preservar, «al precio que sea necesario», la libertad del pueblo cubano y «la independencia y la soberanía de la patria». «¡Viva Fidel!» y «¡viva Cuba libre!» fueron sus últimas palabras.

La intervención dio paso al desfile de tropas. Fuerzas de caballería abrían la primera comitiva, vestidos de blanco y armados de machetes, representando a los mambises que se enfrentaron a los colonialistas españoles. Seguidamente llegó la réplica del yate Granma, surcando un mar de ondulantes banderitas azules portadas por 3.000 niños y niñas. Los primeros combatientes de la revolución, mujeres y hombres, aparecieron también representados por jóvenes melenudos y barbudos ­había más de una barba postiza­, que recordaban a las conocidas fotografías de Fidel Castro y sus guerrilleros en las campañas de guerra contra la dictadura batistiana.

Con aire más solemne y marcial que los anteriores, desfilaron después numerosos destacamentos de los tres ejércitos mientras helicópteros y aviones de combate surcaban la ciudad y la extensa plaza se llenaba del ruido de decenas de tanques, antiaéreos, cuatro baterías pertrechadas de misiles, carros de transporte y blindados.

El público asistía con atención y agitando intermitentemente las banderolas a la vistosa exhibición de poderío militar con la que las autoridades cubanas quisieron revestir el 50 aniversario de las Fuerzas Armadas. De hecho, desde 1986 no se veía un desfile militar de estas características en la isla y aunque uno de los antiguos tanques, ahora remozados, sufrió un percance y se detuvo, averiado, ante la tribuna presidencial, pocos minutos después logró finalmente arrancar y la tranquilidad volvió a los rostros de los militares que observaban fijamente los intentos del conductor por reanudar su marcha.

La banda de música interpretó himnos y marchas durante toda la parada y con su salida del escenario dio paso a la auténtica entrada en masa del pueblo en la plaza. Se calculaba en 300.000 el número de capitalinos ­habitantes de los municipios de La Habana­ que participaron en el homenaje, con continuos vivas a Fidel y a Raúl, pancartas de apoyo a la revolución y cantos de adhesión a sus dirigentes.

Ininterrumpidamente, filas y filas interminables de personas de todas las edades recorrían el trazado en marcha tranquila y ordenada. Entre los cubanos, mezclados en la masa, se veían algunos turistas, enseñas venezolanas y también el ondear de alguna ikurriña.

Rap revolucionario

Pancartas, carteles, letrerosŠ todos ellos con lemas de apoyo a la revolución, a Fidel Castro, a Raúl y con referencias a las victorias de la izquierda en otros países de Latinoamérica. «Bush, América Latina despierta y anda» rezaba el que llevaba la mujer conocida como Juana, la cubana, a la que generaciones de turistas vienen sacando fotografías con un gran puro en la boca junto a la catedral de La Habana.

Poco a poco, la masa compacta se diluyó lentamente entre las calles adyacentes a la Plaza de la Revolución, dando por finalizado el acto. Metros más adelante y al margen ya de la solemnidad que hasta ese momento se requería, grupos de jóvenes seguían después festejando de forma más abierta y natural sus demostraciones de apoyo a Fidel Castro, con sones cubanos tradicionales o incluso con aires más movidos, como un grupo de estudiantes de informática que advertía a Bush al ritmo del más puro rap: «pum-pum-pum, nuestro comandante no caerá».

Al cabo de un rato, la vida cotidiana recuperaba su ritmo habitual de un sábado cualquiera en La Habana. Los capitalinos, movilizados para el acto, volvían a sus puestos de trabajo y las gasolineras, tiendas, comercios y restaurantes abrían sus puertas tras el que parece haber sido el gran homenaje en vida de Cuba a Fidel Castro. «¡Qué pena que no pudo venir!», se lamentaba una joven mientras abandonaba en la acera el letrero que decía: «En Cuba sólo hay un ejército, el pueblo uniformado». -


 
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