Wayne Marshall vuelve a protagonizar los conciertos monográficos de música americana que parecen haberse institucionalizado en la temporada de la OSE. Sin pretender arrojar una imagen antiamericana, algunos nos preguntamos ¿para cuándo monográficos sobre música inglesa, o del báltico, o japonesa, coreana, hindú, africana o de Oriente Medio? Y ya puestos a insistir en el american way of life, ¿por qué no ofrecer un repertorio más amplio y realista de lo que es la música americana? ¿Es que sólo existen Gershwin, Copland y Bernstein? ¿Qué pasa con Ives, Cowell, Reich, Adams, Sondheim y un largo etcétera?

Que Marshall es uno de los mejores especialistas en Gershwin, sobre todo como pianista, no lo discute nadie a estas alturas. Su actuación en las «Variaciones sobre I got Rhythm» y en el «Preludio» que ofreció como bis demostró que Gershwin, al menos en cuanto a talento y calidad técnica, está a la altura de los más grandes compositores. El problema es cuando Marshall se coloca al frente de la orquesta. Su técnica como director no es la más depurada y, aunque la idea de fondo llegó a vislumbrarse, sus versiones en esta ocasión, y en especial en Copland, dejaron algo que desear. Lo mejor del concierto, además del piano, fue la espectacular «Prelude, Fugue and Riffs» de Bernstein, en el que los metales de la OSE demostraron por fin lo que pueden dar de sí. Una pieza, por cierto, arreglada para big band por Lukas Foss, otro fantástico compositor estadounidense desconocido por estos lares.