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Anestesia

Martin Garitano

Periodista

El juicio por el sumario 18/98 se acerca a su final. Faltan los informes de las defensas, que se adivinan bien sustentados, y la última palabra de los 53 procesados ante un tribunal en el que desde 2005 se han conculcado buena parte de sus derechos. Basta repasar la bien surtida hemeroteca de unos pocos medios frente al significativo silencio de la mayoría.

No cabe en pocas líneas el cúmulo de simplezas, incongruencias, medias verdades y evidentes falsedades que recoge la acusación del fiscal. Me remitiré a un detalle que conozco bien. Ahí le gano al Molina. Se refiere el caso a la pieza de «Egin», el diario acribillado por quienes le tienen más miedo a la libertad de expresión que a un nublado. Dice el fiscal Molina que su cierre se justifica por su misma actividad periodística que pretende describir como «servir de anestesia a las masas afines al MLNV».

Trabajé en «Egin» 14 años y puedo asegurarle al Molina que conocí bien sus gentes, su ideario y su quehacer periodístico. Allí aprendí que prensa no tiene por qué -no debe- servir sólo de soporte a las verdades oficiales, a la defensa de los más poderosos, a los intereses de quienes niegan a los demás la defensa de su libertad. Allí vi cómo se puede hacer un periódico con las puertas abiertas para que llegaran a las páginas de papel prensa las demandas, las noticias, las reclamaciones de quienes no tienen acceso a los grandes grupos me- diáticos. Y vi en aquella redacción a centenares de sindicalistas, artistas, euskalzales, ecolo- gistas, familiares de presos, concejales y diputados, miembros del movimiento vecinal, sacerdotes, afectados por las drogas...

En «Egin» se hacía buen periodismo y se hacía, además, periodismo veraz. De eso pueden dar cuenta las decenas de jueces que desestimaron las querellas que contra aquel periódico presentaron quienes se frotaron las manos cuando llegó Garzón y mandó cerrar.

Hasta ahí, un testimonio. A partir de aquí, una constatación: conocí al fiscal Molina aquel verano del 98. La primera impresión fue que, en efecto, estaba anestesiado, que desconocía todo lo referente a la sociedad vasca y se movía por los impulsos del entonces todopoderoso juez Garzón. He seguido con interés el desarrollo del juicio y, a la vista de su última intervención, les aseguro que Molina ha continuado releyendo las viejas páginas de «Egin». Sigue anestesiado. Tal vez él y Baltasar fueron los únicos que sufrieron tan penosas consecuencias de la lectura.

 

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