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Reverte en la encrucijada

Cierto, Reverte. Una de las razones por las que Euskal Herria no encaja es por ese carácter que, dices, profesa España, por el cual «desprecia cuanto ignora y odia cuanto envidia"

Jakue Pascual

Sociólogo

 

Arturo Pérez Reverte, en su artículo del «XLSemanal» «El gudari de Alsasua», narra cómo, en el cruce de caminos de Sakana, cayó en la cuenta de que el problema de España no es ETA.

Reverte contempla un mural a lo IRA, pintado no se sabe cuándo, y medita sobre las diferencias existentes entre los casos irlandés y vasco. De primeras, afirma que nunca se ha producido una invasión de las tierras euskaras. Obvia de un plumazo que entre los siglos XIII y XVI Castilla y Aragón atenazaran a la Navarra que las fundara. Ignora que los títulos forales y de hidalguía remiten a una cierta singularidad y dictamina que la ausencia de movimientos insurreccionales se debe a la falta de cojones; como si tomar las armas fuera simple cuestión de atributos; como si por estos lares no se hubieran empuñado en numerosas ocasiones las escopetas o asaltado cuarteles y como si, por desgracia, los infantes no lanzaran suficientes piedras, cócteles y rodamientos contra las fuerzas de ocupación españolas. El columnista reprueba la persistencia del irracional conflicto a pesar del excepcional grado de autonomía concedida a los territorios vascos del sur de Euskal Herria, sin parangón con ningún otro lugar de la tierra. Es de mal paridos el ser desagradecidos. Aún con un gobierno en régimen de subsidiariedad los vascos continúan haciendo gala de un radical anticonformismo.

En resumen, Montenegro e Irlanda pueden ser independientes, pero no los vascos. Para éstos, tal posibilidad no pasa de ser una quimera propia de «doscientos tiñalpas incultos y descerebrados»; aunque éstos sean capaces de movilizar a miles de votos ilegalizados por la Ley de Partidos española y de juntar en condiciones de clandestinidad, poco propicias para ejercicios intelectuales, a 20.000 jóvenes, muy cerca, paradójicamente, del lugar en donde Reverte cae en la cuenta de que el problema de España son los propios españoles.

Cierto, Reverte. Una de las razones por las que Euskal Herria no encaja es por ese carácter que, dices, profesa España, por el cual «desprecia cuanto ignora y odia cuanto envidia», que revive el fuego de la inquisición, ansía con volver a llenar de cadáveres las cunetas y huele a revanchismo falangista y guerra civil. El problema para la resolución del conflicto vasco es que, como sentenciaba Quevedo, «nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir». De ahí que las desavenencias prosigan eternamente, porque la base del conflicto no es ETA sino la mala relación existente entre los españoles de uno u otro signo y entre éstos y los que, por su categoría de periféricos, se les menosprecia como entes inferiores.

Las expresiones de la izquierda abertzale pueden resultar duras e incomprensibles y ser tildadas de carlistas, bolcheviques e incluso de psicópatas, según el prisma de Reverte; pero también son barojianas y anarquistas, y reclaman, como el gran escritor, la República del Bidasoa, la descentralización y la articulación natural y social de las repúblicas vascas, entre ellas y con quien les plazca, «sin moscas, sin frailes y sin carabineros». Con cojones y sin ellos.

 

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