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Los discursos de falsa solidaridad naufragan en el «Marine I"

Las autoridades mauritanas aceptaron finalmente que aquellos de entre los 372 pasajeros del «Marine I» que se encuentren en un estado de salud más delicado puedan abandonar el barco para ser atendidos por los equipos médicos.

Las presiones españolas y las promesas de contrapartidas económicas han sido fundamentales a la hora de convencer a las autoridades del país africano de que abran el puerto de Nuadibú. No es la primera vez en que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha utilizado la fuerza que siente en tanto que guardián de la frontera sur de la UE para forzar a los países del norte de Africa a aceptar componendas que le permitan «soltar lastre» ante crisis como la de un buque con cientos de personas a bordo que ha permanecido durante cinco días a la espera de tocar puerto.

El Gobierno de ese país que hace ahora un mes fue generoso en declaraciones de políticos y artículos de prensa para mostrar su solidaridad hacia los dos ciudadanos ecuatorianos que perdieron lamentablemente la vida en el atentado de ETA en Barajas, no alcanza a mostrar el más mínimo de calor humano hacia estas personas y su Gobierno se expresa ante la opinión pública como un frío gestor al que sólo interesa desembarazarse de un problema al menor coste posible.

Aquellas expresiones de apoyo hacia los extranjeros afincados en el Estado español, aquellas invocaciones a sus sacrificios y a su aportación al país de acogida, parecen haber caducado. En estos días, no hay locutores que den voz a asociaciones de inmigrantes, no hay dirigentes de derecha travestidos en profetas de la multiculturalidad. Será que no ven grandes posibilidades de rentabilizar este otro drama humano. Y si la solidaridad estaba justificada en Barajas, lo está con tanto o más motivo en ese Mediterráneo que engulle continuamente vidas sin que nadie se dispute el homenaje a las víctimas.

Durante dos meses, gentes de Cachemira, Costa de Marfil, Sierra Leona, Birmania.. han navegado en busca de una orilla, pero todas están cerradas. La vieja Europa ha olvidado su historia, sus valores y reclama hoy caprichosamente su derecho a quedarse sólo con aquel trozo de la tarta de la globalización que más sabroso le resulta.

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