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Son dos, pero no las que creemos

David Trueba (Director de cine)2007/2/10. Estado español.

Sí que puede que haya dos Españas, pero no las que creemos. Caemos en la tentación abusiva de ver nuestro país dividido por dos irreconciliables bandos que se enfrentan desde postulados ideológicos, sociales, religiosos y económicos. La pelea política, que no es más que la habitual estrategia bipartidista que con tanto éxito se ejecuta en los Estados Unidos, por ejemplo, tiñe nuestros días con un sistema de opuestos agotador. (...) Pero es muy posible que esas dos Españas no nos permitan ver las otras dos Españas. Y ahí estaría lo grave, porque de tanto mirarnos el ombligo terminaríamos por ignorar que también tenemos axilas o agujeros en las narices.

Esas otras dos Españas son más irreconciliables que las políticas. Hay una España que no lee libros, jamás compra un periódico, se mira sólo los 20 minutos de fútbol del telediario, ni por error pisa un museo, una catedral gótica, un teatro. Hay una España que cree que el señor que se te ofrece para alicatar el vítor es arquitecto y esteva y puedes confiarte a él para redorar el salón. Hay una España que la música que escucha es una base de ritmos enlatada, que cree que su hijo siempre tiene razón cuando le dice que el profesor es un imbécil, que tampoco le encuentra sentido a obligar al chaval a estudiar Matemáticas si ahora los ordenadores te lo calculan todo.

Hay una España a la que le da absolutamente igual la construcción de un país en sus elementos abstractos, de convivencia y cultura de futuro, pero que sale a la calle a gritar «España para los españoles» cada vez que un marroquí le raya el coche o el novio de su hermana se pega con un ecuatoriano. Hay una España a la que se la suda en tres tiempos el valor paradisíaco de un entorno protegido, le repatea que alguien se oponga a una empresa contaminante si un pariente suyo trabaja en ella y el único interés que le despierta alguien relevante tiene que ver con su última ruptura sentimental, su último desnudo cazado en una playa o su último hijo no reconocido que le pone pintando. Hay una España que se educa frente al televisor, gracias a los mercaderes que han convertido ese electrodoméstico fundamental en una taza de vítor con vistas a nuestra peor cara. Hay una España que además se siente refocilada y aplaudida por ser como es, aupada al rango de la «España como debe ser» por los que saben que así el negocio funciona mejor; una España a la que nadie acusa ni señala con el dedo, ni afea su penosa forma de ser sino que se la vitorea. Hay una España horrenda que deja su huella profunda en nuestro tiempo y nuestro futuro, una huella inmunda. Mientras tanto, la otra España no hace nada, quizá demasiado obsesionada con la lectura ideológica de su país. Ignora que hay dos Españas, claro que sí, pero no son las que él cree.

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