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Apagones

Cuando me veo en la tele, la apago. Lo dice David Bisbal. Siempre me ha parecido un chaval con buenas dosis de sentido común. Desde este lado de la realidad, nosotros, aunque no salgamos en la tele, también la podemos apagar. Mucho se habla de los apagones eléctricos, de los apagones telefónicos, pero si un día se nos ocurre hacer de verdad un apagón televisivo, más de un disgusto provocaríamos en los encantadores de mandos a distancia.

Cuatro tiene un espacio dedicado a los jóvenes, una especie de supernany pero para adolescentes, lo que nos sitúa ante un juego de espejos difícilmente compatible con la realidad y con la supervivencia catódica. Niños y niñas en esas edades inciertas que salen de noche, que beben, que fuman, que toman pastillas, que, posiblemente, se inician o se confirman en el sexo. Ahora lo quieren controlar, ahora lo quieren convertir en un asunto de Estado. ¿Qué quieren hacer desde las consejerías, ministerios o concejalías para controlar los impulsos hormonales? Veo un reportaje en donde aparecen varios padres haciendo guardia en algún lugar de una ciudad para vigilar a sus hijos en sus salidas nocturnas. Les dejan salir como premio a los estudios. ¿Qué va a hacer un joven una noche del sábado, leer a Kant, ver la mierda de Dolce Vita, seguir el partido de fútbol o ver ese tostón de ahora de la Cuatro que dan consejos de manual para intentar canalizar la mala hostia de una niña maleducada? Pues salir a donde está la peña, su peña.

Posiblemente alguien piense que «Operación Eurovisión» es la otra opción. Y estoy dispuesto a considerar la posibilidad, siempre que sea dentro del campo de lo absurdo. No hay peor programa ahora mismo en nuestras parrillas. La presentadora se está quedando afónica de gritar, puede que haya alguna operación de estética para afinarle la voz, pero cada día parece más un señor extraño. Sus acompañantes especialistas son deplorablemente patéticos, y los actuantes del gusto de la familia Alcántara. Aquí sí que el apagón es preventivo. Y a los jóvenes les sirve de coartada para dejarse llevar por sus gustos, aunque no los entendamos. Son libres. ¿Hay que volver a insistir?

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