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La hipocresía desembarca en Nuadibú

Iñaki Lekuona | Periodista

Los trescientos y pico emigrantes que embarcaron en el Marine I en pos de una vida mejor comenzaron a abandonar el buque y sus sueños de primer mundo ayer. Las trescientas y pico almas dejaron atrás un periplo de varios meses para desembarcar en un puerto del tercer mundo que rima socarronamente con Malibú.

La operación ha sido todo un éxito. Ha sido posible porque las autoridades de Mauritania, tras las intensísimas negociaciones con el Gobierno de España y sin duda previo pago de un montante sonante, han accedido a que el barco fuera remolcado a puerto. Nos dicen desde Madrid que unos sesenta policías españoles se han personado, se supone que debidamente pertrechados, para ayudar a las autoridades mauritanas en el proceso de identificación y de posterior repatriación.

Si alguno de estos emigrantes tuviera un poco de conocimiento en política internacional, se apresuraría a identificarse como vasco. A cambio de unos simpáticos porrazos, lograría su objetivo de entrar en el primer mundo. Lo trasladarían a los calabozos de la Audiencia Nacional, luego pasaría un juicio justo en el que le caerían entre cuatro y treinta años por «colaboración con banda armada», tras lo cual podría quedar libre. Eso si mientras se encuentre en el maco no le en- marronan con una nueva inculpación del tipo «veladas amenazas terroristas».

Pero es improbable que alguno de estos trescientos y pico inmigrantes tenga suficientes conocimientos de la práctica política española como para decir aquello de «Barakaldokoa naiz eta, kobratzen dut paro obrero». Y la solución para uno solo no es solución. Lo mejor sería, sin lugar a dudas, que un comando de la ETA atacara el buque.

Eso sí. Porque, víctimas de la barbarie terrorista, inmediatamente la prensa se volcaría con todas y cada una de las personas -automáticamente dejarían de ser inmigrantes para ser personas- afectadas. Grandes titulares y toneladas de tinta, minutos y horas en radio y tele- visión... El Gobierno español no tendría más remedio que responder a la llamada de su conciencia electoral.

Pero eso no sucederá nunca. Es tan absurdo como cierto que la hipocresía desembarcó ayer en el puerto de Nuadibú.

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