El alcalde de Jerusalén, Uri Lupolianski, ha tomado una decisión que tendrá un efecto positivo inmediato: la vuelta a la calma en la Explanada de las Mezquitas. El motivo de la última polémica en un espacio de alta tensión religiosa y política ha sido el propósito de construir una rampa que sustituya al viejo acceso de visitantes a la Explanada por la llamada Puerta de Mugrabi. Esas obras han provocado primero la preocupación y luego la ira de los musulmanes de Jerusalén, ya que se producen a escasos setenta metros de la Mezquita de Al Aksa con el consiguiente riesgo de socavar los cimientos del templo. Cada vez que el gobierno de la ciudad, o a través de él el ejecutivo de Israel, aborda alguna obra en Jerusalén Este brota la desconfianza en la comunidad musulmana. Ello es lógico, si se tiene en cuenta que desde hace décadas Israel procede a trasformar unilateralmente esta parte de la ciudad a fin de debilitar el peso demográfico de la comunidad árabe y de sacar ventajas cara a la negociación del futuro estatus de la ciudad que los palestinos consideran la capital de un futuro estado independiente. El conflicto de soberanía sin resolver aflora a cada instante. De ahí que no sea del todo mala noticia que el alcalde haya decidido parar las máquinas y hablar con las partes afectadas, antes de seguir con esta obra.