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Un traidor en el infierno

La película china «El matrimonio de Tuya" gana el Oso de Oro de la Berlinale «Cartas desde Iwo Jima"

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El joven cine chino sedujo al jurado del 57ª Berlinale, que concedió ayer el prestigioso Oso de Oro a la película «Tu Ya Da Hun Shi»(El matrimonio de Tuya), de Wang Quan'an.

La película, una oda a la vida de las poblaciones mongoles amenazadas por el centralismo chino y el asentamiento de los nómadas forzado, encandiló al público. «Desde que aprendí a hacer películas, siempre me enseñaron a dar sueños a la gente. Hoy, uno de mis sueños más bellos se hace realidad», declaró a la tribuna al realizador Wang Quan'an, de 41 años, al lado de su actriz principal Yu Nan. «El matrimonio de Tuya» un retrato emotivo de una pastora mongol que procura contraer segundas nupcias para cubrir las necesidades de su familia, y en particular del primer esposo inválido, que quiere seguir cuidando.

La argentina «El Otro», de Ariel Rotter, que se llevó dos Osos de Plata, el Gran Premio del Jurado y al mejor actor para Julio Chávez. El jurado de la Berlinale, presidido por el director estadounidense Paul Schrader, premió así dos filmes representantes del cine de autor, alejado de los circuitos comerciales.

La Plata a la mejor actriz fue para la alemana Nina Hoss, por «Yella», de Christian Petzold, mientras que la correspondiente al mejor director fue para el israelí Joseph Cedar, por «Beaufort».

«The Good Shepherd», de Robert de Niro (EEUU), una firme candidata al Oso de Oro, se tuvo que conformar con el galardón a su reparto por su Contribución Artística.

El premio a la Mejor Opera Prima fue para «Vanaja», de Rajnesh Domalpalli (India). Además del Oro, el cine asiático se llevó el Premio Alfred Bauer en memoria del fundador del Festival, que fue para la coreana «Sai Bo Gu Ji Man Gwen Chan A» («I am a Cyborg, but that's OK», en inglés), de Park Chan-wook.

Mikel INSAUSTI

 

 

Hay una imagen fugaz, perdida en medio de la película, que seguramente pasará inadvertida a la mayoría. Es el instante en que, en una perspectiva muy lejana del Monte Suribachi situada a kilómetros de distancia, mientras los japoneses siguen con sus maniobras desesperadas de conejos atrapados en sus madrigueras, se ve que alguien clava una bandera en la cima. Insisto en que es algo visto y no visto, pero que a mi personalmente me dice mucho de las intenciones de Clint Eastwood. Ahí el viejo zorro de la guerra cinematográfica está expresando su total distanciamiento con respecto a lo narrado en «Banderas de nuestros padres», superproducción de Spielberg por la que hubo de pasar necesariamente para poder hacer acto seguido esta auténtica obra maestra del cine bélico a su antojo. Quienes han hablado de películas complementarias se equivocan de lleno, puesto que se trata de dos largometrajes independientes entre sí, de dos visiones diametralmente opuestas de una misma batalla, como si realmente estuvieran realizadas por dos cineastas distintos, uno de ellos posiblemente nipón, o al menos lo parece.

«Cartas desde Iwo Jima» es una creación única, excepcional, que no conoce antecedente alguno, con la que el Eastwood japonés le da la vuelta al cine de Hollywood rompiendo una tradición inamovible de golpe y porrazo. Por primera vez ese enemigo monolítico, sin rostro humano reconocible y sin voz, pasa a ser el Ejército norteamericano. Por fin les toca a ellos hacer de siluetas en movimiento, de simples dianas dispuestas para ser abatidas o para escapar y desaparecer del campo visual de tiro sin dejar huella. Eastwood ha tenido que traicionar a los suyos y cambiar de bando para evidenciar algo, por otra parte tan sencillo, como que el objeto de la guerra y de quienes la perpetúan, llámense historiadores o llámense artistas, es desfigurar al enemigo. Hora era ya de que alguien devolviera a los vencidos su dignidad, a través de la parte sustancial del protagonismo en la Historia que les corresponde.

¿Qué es lo que descubre Clint Eastwood al cruzar la raya? El más grandioso de los hallazgos sin duda, porque lo que hay al otro lado del espejo es un fiel reflejo: unos soldados asustados que han de enfrentarse a la muerte sin poderse despedir de sus seres queridos. En resumidas cuentas, se encuentra con personas vulnerables, con nombres propios (Kuribayashi, Saigo, Nishi, Shimizu...), que poseen sus sentimientos e ideas, y a las que nunca se debió meter en el mismo saco del fanatismo imperialista japonés. No todos se quieren suicidar en masa, los hay que luchan por sobrevivir, por regresar a casa con los suyos. Basta que la disciplina militar en las filas de su ejército fuera mayor para que la traición se castigara más duramente, situación ilustrada de forma sublime en la escena del «kempeitai» degradado y enviado al frente por intentar salvar a un perrito. Ese tipo de misiones humanitarias antes reservadas en exclusiva a los yanquis son respondidas por un Eastwood implacable con sus compatriotas, a los que no duda en presentar como vulgares criminales de guerra, cuando un par de soldados del tío Sam, por no quedarse toda la noche vigilando a otro par de prisioneros japoneses, los liquidan y se quedan tan anchos. Eastwood es el cineasta más honesto que ha dado el cine norteamericano, y a uno de los pocos que se le puede permitir hacer películas alimenticias, porque suelen servir de preparación para grandes y reconciliadores hitos cinematográficos.

CRíTICA cine
Ficha
Título original: «Letters from Iwo Jima". Director: Clint Eastwood. Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis. Intérpretes: Ken Watanabe, Kazunari Ninomiya. País: EEUU, 2006. Duración: 141 minutos. Género: Bélica.

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