No hay duda de que Rowan Atkinson ha arrojado la toalla después de varias intentonas fallidas de escapar de su personaje más famoso, en las que probó suerte con papeles hablados que le permitieran utilizar su verdadero nombre como actor.

De todos modos, pocos son los que conocen la identidad interpretativa de quien se esconde bajo el seudónimo de Mr. Bean, por lo que no ha tenido otro remedio que retomar de nuevo sus aventuras basadas en una comicidad puramente gestual, que deja sin efecto cualquier pretendido diálogo cómico.

Nació en la televisión inglesa en el año 1990, habiendo sido creado en colaboración con Richard Curtis. Hace diez años tuvo su primera versión cinematográfica, pero a sus fans no les gustó nada que Mr. Bean dejara el humor sin palabras.

«Las vacaciones de Mr. Bean» recupera a este torpe elemento que intenta comunicarse con los demás a través de exageradas muecas, contagiado para la ocasión en su actitud muda por la mímica del maestro Jacques Tati, al que homenajea a lo largo de un accidentado viaje camino de Cannes, ciudad de la Costa Azul en la que está a punto de comenzar el Festival de Cine, inspirado por la comedia clásica «Las vacaciones de Monsieur Hulot».

No faltan los consabidos gags visuales de ambiente deportivo, sobre todo de ciclismo, como tampoco las estampas playeras paseando sobre la arena con los pies descalzos pero sin quitarse el insustituible traje british. En cualquier momento surge el equívoco, porque el argumento nace ya de una confusión a raíz de la cual el desastroso turista es tomado por un cineasta rumano con película a concurso al coincidir con el hijo de éste en el tren. La coartada cinéfila para la vuelta de Bean a la gran pantalla está servida.