Ward ha regresado a su Nueva Zelanda natal en un intento por reorientar su carrera y con un proyecto ambicioso encaminado a rescatar del olvido la colonización británica padecida por los maoríes.

El resultado se ha traducido en un fallido proyecto que no logra el equilibrio que se pretende entre la épica y el romance. Una lástima que Ward haya sacrificado todos y cada uno de los puntos de interés de esta crónica negra en beneficio de una trama folletinesca acaparada por una madre coraje que, constantemente, cambiará de bando deseperada por recuperar al hijo mestizo que le fue arrebatado. Pese a su innegable talento, la actriz Samantha Morton se ha visto superada y sucumbe en su empeño por sacar a flote un personaje inconsistente y carente del empaque que se le ha pretendido otorgar. La poética visual con la que Ward ha querido paliar las carencias argumentales resulta almibarada e intrascendente y la trama se desentiende de los sucesos trágicos provocados por los combates desiguales entre los nativos y la poderosa maquinaria de guerra inglesa.