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La precariedad tiene cara de mujer e inmigrante, es el día a día en malen etxea

Malen Etxea trabaja desde hace cuatro años en la promoción, en particular, de mujeres inmigrantes, trabajadoras que sufren «discriminación, explotación y abuso». «¿Queremos un progreso, a costa de una minoría sin derechos laborales ni políticos?», se preguntan.

Nerea GOTI

Malen Etxea surgió en marzo de 2003 y desde entonces la labor de esta asociación de inmigrantes se ha centrado en la promoción de la mujer, especialmente en la zona de Urola Kosta. Con ocasión del Primero de Mayo, Malen Etxea ha hecho públicos datos sobre ese colectivo, basados en estadísticas realizadas por los sindicatos UGT y STEE-EILAS y la Asociación de Trabajadoras del servicio doméstico de Bilbo, y corroborados por su experiencia.

Por ejemplo, las empleadas domésticas internas e inmigrantes sufren las peores condiciones laborales del sector y llamaron la atención sobre un dato: el 53% de las inmigrantes con permiso de trabajo empleadas en el servicio doméstico en la CAV ha sufrido acoso sexual en algún momento de su relación laboral. «Si esas mujeres en situación regularizada han sufrido acoso sexual, qué situaciones pueden estar padeciendo quienes por estar en situación irregular no pueden abrir la boca», se pregunta Silvia Carrizo, miembro de la asociación.

Otros datos destacados por Malen Etxea son los referidos a jornadas y salarios. «El 79% trabaja más de diez horas diarias y un 21% entre ocho y diez horas» y su salario medio se sitúa en 780 euros», pero «en muchos casos se descuenta parte del sueldo en concepto de comida y alojamiento». Además, sobre tiempos de descanso, la asociación apunta que al 41% no se le paga ni tiene vacaciones, el 64% no dispone de periodos de descanso entre jornada y jornada y una de cada cinco, ni un sólo día. Desde su creación, más de 50 mujeres inmigrantes han pasado por Malen Etxea. En algunos casos, sus testimonios empeoran los datos de las estadísticas. El apartado salarial es uno de ellos, según Carrizo, que afirma que en su zona de acción, «por el mismo trabajo que hace tres años se pagaba 800 o 900 euros, hoy se está pagando 750 o 700, y las condiciones cada vez son más explotadoras».

La asociación afirma que «la precariedad laboral tiene cara de mujer, y esa cara es la de mujer inmigrante» e invita a reflexionar sobre la realidad que vive ese colectivo. Llama la atención sobre la extrema vulnerabilidad de un sector que se ocupa del trabajo menos valorizado, bajo «relaciones de poder que se traducen en situaciones de discriminación, explotación y abuso, que no pueden solucionar en el ámbito de la justicia ordinaria; no tiene condena social y dificultan el proceso de integración».

La discriminación se perpetúa

Otra de las cuestiones sobre las que Malen Etxea considera que esta sociedad debe abrir un debate se refiere a la igualdad y a la conciliación de vida laboral y familiar. A este respecto, explican que se ha impuesto una nueva distribución del trabajo que mantiene la discriminación por género. «Las mujeres autóctonas ganan espacio público, pero las tareas no se reparten con el hombre. Ellas siguen encargándose de la contratación, de que la casa siga funcionando y de supervisar el trabajo, y la trabajadora inmigrante es la que se encarga del trabajo doméstico...», explica Carrizo. «No se puede ignorar esta situación durante más tiempo», destacan desde Malen Etxea, al tiempo que hacen un llamamiento al Estado para que «ponga medios para poder compatibilizar vida laboral y familiar y políticas sociales que atiendan a las mujeres trabajadoras».

La asociación por los derechos de las mujeres inmigrantes reclama que se reconozca a ese colectivo como trabajadoras. «Es importante que a nivel sindical, de estructuras de trabajadores, se reconozca a los inmigrantes como trabajadores», apunta Carrizo, al tiempo que hace un llamamiento a reflexionar sobre «si la sociedad europea está dispuesta a aceptar la existencia de ciudadanos de primera y de segunda, a aceptar que el 3%, el 4% o el 5% de su población no tenga derechos políticos ni laborales».

«Nosotros podemos quedarnos afónicos hablando, pero nadie va a escuchar a esa minoría, que ni siquiera vota. Debemos reflexionar sobre si nuestro estado de bienestar necesita que haya un sector en la esclavitud, aunque sea minoritario», afirma tajante, y recuerda que «la forma en que tratamos a las minorías refleja cómo somos».

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