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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

Desde la globalización, a vueltas con la identidad de Europa

La creciente globalización no ha apagado, al menos por ahora, los debates que en muy diversos ámbitos se centran en la definición de las diversas identidades. En este artículo, José Luis Orella traza a grandes rasgos lo que en su opinión debieran ser las señas de identidad europeas.

En el mundo globalizado en el que nos encontramos el tema de la identidad sigue interesando en muy distintos niveles. Lo hemos visto últimamente en la Francia de Sarkozy, en las valoraciones de los partidos para constituir el Gobierno de Navarra y en la comunidad de Orania incrustada en un Estado como Suráfrica. De estas experiencias podremos sacar las consecuencias sobre la identidad europea dentro de la globalización.

Para éstas y otras identidades, la globalización se presenta como una alternativa que les obligará a optar en un corto espacio de tiempo: o les arrastrará a todas ellas a un cosmopolitismo pluricultural alienante o por el contrario dentro de una mundualización de los factores económicos (mercancías, moneda, bolsas, etc.) fortalecerá las señas centrípetas de la propia identidad. Muchas identidades y miles de lenguas y culturas desaparecen diariamente ante la globalización. Pero por el contrario otras identidades están dispuestas a no desaparecer y pretenden utilizar las fuerzas de la globalización para reinventarse como identidad.

Ante esta alternativa traumática nos encontramos con la emergente y aún no consolidada identidad de Europa. Europa no es una nación, pero sí que debe ser una identidad, una referencia, un lugar mental que tenga fronteras geográficas, pero, sobre todo, valores precisos. Europa será una identidad, no al uso de las identidades estatales que basan su centripetismo en una lengua, una cultura o una religión.

Europa como identidad estará abierta a estructuras comunes de soberanía entre estados, a la confluencia de proyectos identitarios de los pueblos que la conforman, a la polarización de valores que la señalan como heredera de un empaste de civilizaciones entre las que sobresalen la grecolatina, la semítica, la cristiana, la germánica y la eslava.

Pero el problema de la globalización y la supervivencia de las identidades también afecta a Europa. La identidad de la Europa pluricultural, plurilingüística y multireligiosa, la Europa de los estados y de los pueblos que la conforman, tiene una guerra latente que soportar ante la mundualización. Y la primera afirmación que hay que poner por delante es la de que los europeos quieren salvaguardar su identidad ante la globalización porque creen que la identidad y la globalización no son dos vectores encontrados ni dos valores excluyentes.

Y esto porque Europa no ha nacido como proyecto en el siglo XX, sino que se ha ido gestando en una historia multisecular, ya que capitaliza unos mitos clásicos, convive con la pluralidad de lenguas y de culturas algunas de ellas preromanas, se acrece dinámicamente con los distintos intentos de configuración unitaria que ha vivido a lo largo del tiempo desde Carlomagno a los Otones, desde Carlos V de la dinastía de los Habsburgo hasta Bismarck, pasando por todos los filósofos e ideólogos que la han imaginado, hasta llegar al convenio de Roma de hace medio siglo.

La identidad europea debe convertirse en motor de creación y coordinación de los valores y bienes mundiales que puedan servir de acicate y desarrollo de todas las identidades sin exclusiones. Y estos valores y derechos comúnmente ofrecidos y aprovechados por todos los pueblos son entre otros la libertad de los mares, la posibilidad del intercambio de mercancías en un comercio internacional consolidado, la instalación, como valor opcionable, de una libertad de movimiento de mercancías, de capitales y de personas ya sea por razones laborales, de ocio o de asentamiento permanente, la adopción de un sistema monetario internacional estable, la adopción de medios de gestión común para afrontar el cambio climático, para promover fuentes energéticas no contaminantes o para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.

Del mismo modo son valores de una globalización compartida por la identidad europea, la ayuda a los países en vías de desarrollo, el alivio de la pobreza mundial o la promoción para que cada uno de los pueblos y comunidades llegue a consolidar su propia identidad. No en último lugar son objetivos de la identidad europea dentro de la globalización: la prevención, la gestión y la resolución dialogada de los conflictos, la participación activa en la actuación de las organizaciones no gubernamentales o en las misiones de paz promovidas por la ONU.

Sin embargo, la tardía consolidación de la identidad europea es la clave explicativa de su escasa participación en la globalización. En otras palabras, la indefinición que Europa tiene de sus propios valores fundacionales le ha restado protagonismo en la globalización.

El minitratado (pedagógica y confusamente así denominado ya que contiene más artículos que la anterior Constitución) o tratado básico que han acordado en la última reunión de jefes de estado y de gobierno en Bruselas bajo la dirección de Angela Merkel tiene (al igual que el anterior proyecto de Constitución europea) el pecado original de contar única y exclusivamente con el voto y el parecer de los estados nacionales europeos. Esto significa que se ha evitado, no incidentalmente, sino por resolución expresa, el contar con las fuerzas ciudadanas europeas. Es decir, se han evitado los valores de la democracia a la hora de configurar la identidad de Europa.

Los actuales dirigentes estatales europeos se han encerrado en la superestructura burocrática de las elites gobernantes que ellos han creado y que controlan, por lo que han secuestrado la posibilidad de que se manifiesten las tendencias que constituyen el parecer democrático de los europeos.

Y el parecer de los europeos en un momento tan espectacular de desarrollo de los medios audiovisuales e informáticos es muy fácil de reclamar y de valorar. Ya sea en la consulta directa por referéndum informatizado, ya sea utilizando los instrumentos democráticos que toda sociedad tiene para detectar las opiniones de las instancias naturales que conforman la sociedad como son la familia, los pueblos y las organizaciones que naturalmente toda sociedad se da. En otras palabras se ha pretendido nuevamente evitar la consulta ciudadana, es decir, se ha buscado ladinamente retirar la palabra a las instancias naturales que constituyen el entramado social, laboral y democrático de los ciudadanos que conforman Europa.

Pero los historiadores, filósofos e ideólogos de Europa saben que la fuerza y el patrimonio de la misma idea de Europa es la razón crítica, por lo que negar la palabra a la ciudadanía es negar la misma idiosincrasia europea. La dificultad objetiva que conlleva el parto de Europa no justifica el miedo que los gobernantes tienen a la ciudadanía europea. Porque los propios ciudadanos y no sus gobernates políticos, serán a la larga los que marquen los horizontes de Europa tanto geográficos como ideológicos o culturales.

De lo que no cabe duda alguna es de que la identidad de Europea no será al estilo de las identidades al uso en los estados nacionales o en los pueblos que viven en el espacio europeo. Los estados y los pueblos que integran Europa deben estar dispuestos a ceder poder y factores identitarios que hasta ahora se habían considerado como exclusivos de cada uno de ellos. Europa debe ser una unidad de identidades marcadas por la pluralidad de historias, lenguas y culturas. La pluralidad humanística, cultural, lingüística o religiosa será su clave de bóveda que cierre el edificio de la idiosincrasia de Europa.

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