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Belén Martínez Analista social

Sí en mi nombre

La sociedad está asqueada de ETA y cansada de todos nosotros, de mí también, porque no somos capaces de ofrecer soluciones», dijo el lehendakari ante los medios de comunicación, subrayando la importancia de la participación social, «más todavía tras la ruptura del alto el fuego». Le acompañaban, entre otras personas, Andrea Bartoli, director del Centro para la Resolución de Conflictos Internacionales de la Universidad de Columbia (EEUU).

Sabemos que la resolución del conflicto es compleja y que la falta de soluciones -por parte de quienes han hecho de la política una vocación, una profesión o un negocio- contribuye a enmarañar la situación. El Plan de Participación del Gobierno Vasco no es la panacea. No obstante, implícitamente reconoce que ninguna solución puede ser unilateral y que cuantos menos ciudadanos y ciudadanas se impliquen en el proceso de paz, tanto menos justo y legítimo será éste. Cualquier iniciativa que se sume a la de Lakua -o que la complemente- podrá servir para cimentar las bases de una futura convivencia en paz y libertad.

La consulta y la participación pueden facilitar la capacidad de influir en decisiones que nos afectan, y hacer que, quienes dicen actuar en nuestro nombre, se sientan obligados a respetarnos. Ahora bien, durante décadas se nos ha transmitido la idea de que la resolución del conflicto se sitúa en niveles que están fuera del control de la ciudadanía, con lo que ha aumentado considerablemente la sensación de impotencia y desamparo de la gente, originando un grado de desafección importante, incrementado con los chanchullos de los últimos tiempos.

En estas circunstancias, no entiendo ni la oportunidad ni el sentido del artículo de Josu Jon Imaz, «No imponer, no impedir». Parece que el presidente jelkide defiende una teoría ambulante del proceso de paz: plantear una cosa u otra en función de lo que haga ETA. En otro momento abordaré la cuestión de la consulta ciudadana, sobre la que Imaz opina: «planteada como escenario de acumulación de fuerzas para una confrontación política es muy discutible... en las condiciones actuales es más grave».

Sobre el consenso, Josu Jon dice: «evidentemente sólo podrá ser llevado a cabo entre aquellos que tenemos un firme compromiso en la defensa de la vida humana y rechazamos la violencia como forma de alcanzar fines políticos».

Es importante convocar el argumento de defensa de la vida y el rechazo de la violencia como forma de alcanzar objetivos políticos, no como expresión passe-partout que lo mismo sirve para ilegalizar un partido que para «reconvertir» a un franquista. Ese discurso ambiguo oculta que hemos heredado de regímenes con label de «democracia» un concepto restrictivo y selectivo de Humanidad y de humanismo. No sólo ETA ha contribuido a la desvalorización y dispensabilidad de la vida. ¿Qué vale la vida en Irak, en el Líbano o en Afganistán? ¿Es la OTAN una sociedad fraternal?

El porvenir se escribe necesariamente en plural, sin imposiciones ni impedimentos.

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