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Maite SOROA

Los amigos de los catalanes

En el primer aniversario de la entrada en vigor del Estatut catalán, la derechona hace balance y llega a la conclusión de que los catalanes y catalanas pasan del mismo. Y es de suponer que no rebosarán entusiasmo con un texto aprobado en principio con el 90% de los votos del Parlament y después convenientemente «cepillado», pero los escribas de «Abc» y «La Razón» coinciden en que el asunto no les preocupa.

El de Vocento estima que «los ciudadanos no ha percibido ninguna mejora en la gestión de los asuntos públicos. Muy al contrario, la sociedad catalana es consciente de que la pérdida de tiempo sobre el reparto de competencias y problemas de identidad era un simple pretexto para la lucha por el poder». Entonces no era para tanto, tranquilidad, que no hay peligro. Sólo era cuestión de pelas.

Y a continuación la explicación: «Definir a Cataluña como nación, aunque sea deforma indirecta y en el preámbulo de la norma, podría ser útil para los intereses de la clase política, pero no importaba ni importa a la gran mayoría de los ciudadanos». ¿A qué ciudadanos? ¿A los catalanes? Ahora bien, definir a Catalunya y otras naciones como parte inseparable de la nación española, es asunto de vital importancia para la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas.

El editorialista de «La Razón», que en el subtítulo afirma que «los catalanes han dado la espalda a una norma que no ha solucionado sus problemas cotidianos», coincide en que «el primer aniversario ha pasado inadvertido para una opinión pública que tiene otras preocupaciones». ¿Reforzar su identidad española, quizá?

Pero también aporta datos: «Las encuestas de opinión ofrecieron en aquellos días datos taxativos sobre el interés que el Estatuto concitaba. Ese resquemor colectivo quedó definitivamente demostrado en los resultados del referéndum de aprobación de la norma que salió adelante con un respaldo ínfimo, en medio de una abstención galopante». La única interpretación de esos datos, claro, es que los catalanes y las catalanas no desean más autogobierno, y como su voluntad está convenientemente interpretada, ni hablar de poner en sus manos los instrumentos para decidir con quién y cómo quieren convivir.

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