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La transversalidad política de PSOE y PP comienza y termina en el unionismo español

La jornada de ayer volvió a dejar una serie de imágenes y hechos que sirven para entender mejor cómo se mueve el elenco de actores que, de una u otra manera, comparten el escenario político de Euskal Herria. No es que ayer fuera un día especial pero sí que, en algunos aspectos, supuso el colofón a una serie de dinámicas que venían desarrollándose desde tiempo atrás y que, más que probablemente, marcarán en los próximos meses el devenir de eso que se suele denominar «actualidad política».

Los dos puntos geográficos de referencia estaban claramente marcados desde la víspera: Zornotza e Iruñea. En las calles de la localidad vizcaína se pretendía desarrollar un acto convocado por ciudadanas y ciudadanos que deseaban dar su último adiós a Sabin Euba, Pelopintxo. No obstante, con la presencia de la fuerza policial que gestiona el Gobierno de Lakua, el Estado español volvió a cercenar la libertad de expresión en territorio vasco porque, pese a que se llevó a cabo una concentración, no se permitió que una parte de este pueblo se expresara en sus propios parámetros. Recordar que Sabin Euba fue un destacado militante abertzale, que durante buena parte de su vida se vio obligado a vivir lejos de su casa, que compartió su militancia con muchos otros hombres y mujeres a los que les unían ideas y aspiraciones está prohibido en este país. Que la orden llegue desde un tribunal especial ubicado en Madrid o desde la Consejería de Interior de Lakua no es más que un matiz, porque lo que realmente se refleja en el fondo de este tipo de decisiones es la transversalidad política con la que algunas formaciones quieren diseñar el futuro de Euskal Herria. Y cada día es más evidente dónde se cruzan las líneas estratégicas que impulsan el partido liderado por Josu Jon Imaz y los dirigidos por José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy: en la represión contra la izquierda abertzale con el objetivo de eliminar, o cuando menos frenar, cualquier movimiento práctico hacia la soberanía de Euskal Herria.

En la capital de Euskal Herria

En Iruñea, alrededor del Parlamento de Nafarroa, se cruzaron también esas líneas transversales, y lo hicieron señalando dónde está colocado el punto de intersección: en pleno campo del unionismo español. Si ya resulta patético escuchar a Carlos Chivite cómo niega que en el seno del PSN haya estallado la crisis -que luego las aguas vuelvan a su cauce o que se conviertan en un tsunami no va a cambiar la realidad a día de hoy-, no lo es menos leer la última epístola de Josu Jon Imaz intentando responsabilizar a ETA de «hacer imposible el Gobierno PSN-NaBai»; incluso intenta persuadir de que ése era el objetivo de la organización armada muchos meses antes de que se conocieran unos resultados electorales que -gracias a la aplicación del apartheid contra la izquierda abertzale a través de la Ley de Partidos- dejaron a UPN-CDN al borde de la mayoría absoluta.

El presidente del PNV prefiere que no se escuche lo que, sin ambigüedades de ningún tipo, sí se ha dicho durante los últimos días tanto en el Parlamento navarro como en Madrid: que el unionismo español mantiene vigente un pacto que delimita claramente los movimiento tácticos de uno u otro partido.

El «Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo» establece en su preámbulo que ni PP ni PSOE llegarán a ningún tipo de pacto sustancial con PNV y EA mientras no se conviertan en fieles defensores de «la Constitución y el Estatuto de Guernica, espacio de encuentro de la gran mayoría de los ciudadanos vascos». Y, por mucho que Imaz quiera echar tierra sobre los ojos de la ciudadanía vasca, es en ese marco en el que se ha jugado la partida de la gobernabilidad en Nafarroa. A estas alturas en Madrid ya no recelerán de que la dirección del PNV pretenda cambiar ni una coma de la Constitución española; eso lo ha puesto blanco sobre negro -filtraciones de por medio- el partido de Imaz al ofrecer «su» versión de las conversaciones de Loiola y confesar que se levantó de la mesa porque no quería apoyar una autonomía a cuatro ni defender la territorialidad de Euskal Herria cuando la izquierda abertzale estaba subrayando que nada de eso podría salir adelante sin el respeto de la voluntad popular. Pero Nafarroa Bai no es sólo el PNV, y aunque la formación de Patxi Zabaleta no se distancie en lo más mínimo de la estrategia jeltzale en las cuestiones de fondo, ni Aralar ni EA han logrado aún el placet de los santones del nacionalismo español.

No es una paradoja que la expresión más atronadora de que estamos sumergidos en un conflicto de carácter político se esté viviendo estos días en la capital de Euskal Herria. Si tras impedir el acceso a las instituciones forales -salvo parcialmente en Araba y Bizkaia- y a muchos ayuntamientos a una fuerza política como ANV que logró el respaldo de cerca de 190.000 votos, PP y PSOE impidieron a NaBai alcanzar la Alcaldía de Iruñea con los votos de la izquierda abertzale, vetaron a «un nacionalista» para presidir el Parlamento y han acordado que UPN siga al frente del Gobierno, ya no puede quedar lugar para la duda. La transversalidad de PP y PSOE termina en «la unidad de España». La cuestión a resolver es si el PNV y NaBai están dispuestos a asumir públicamente que ése también es el final de su camino o si creen que el punto de intersección está en la oferta que la izquierda abertzale puso sobre la mesa en Loiola.

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