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CRÓNICA | Diagnóstico del imperio

La soledad de Bush, el fracaso de los halcones y el desinfle de las burbujas (i)

Aunque le falta más de un año para abandonar la Casa Blanca, Bush es un presidente en estado terminal. El acoso parlamentario opositor aumenta semana a semana, sus aliados republicanos lo van abandonando uno tras otro, el último el fiscal general del estado, alberto gonzales, la burbuja inmobiliaria se sigue desinflando señalando un futuro oscuro para el conjunto de la economía norteamericana y provocando sucesivas sacudidas bursátiles globales.

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Jorge BEINSTEIN Rebelión

Su compañero de aventuras, Tony Blair, dejó el cargo de primer ministro en Inglaterra generando en Washington crecientes temores acerca de un posible deslizamiento de los ingleses hacia la Unión Europea aflojando sus lazos atlantistas y tomando distancia de la estrategia eurasiática de los halcones.

Además, han empezado a circular declaraciones de funcionarios y «filtraciones» mediáticas referidas a escenarios elaborados en el Pentágono de retirada rápida de las tropas estadounidenses de Irak. En ese nivel y en el conjunto del sistema de poder de EEUU ya casi nadie pone en duda el fracaso de la aventura iraquí y, mientras el sector más extremista de los halcones sueña con algún «golpe de fuerza» milagroso dentro de Irak o por medio de un ataque contra Irán, el Imperio esboza repliegues que le permitan preservar su presencia en Medio Oriente. Las ventas masivas de armas a los regímenes amigos de la región son uno de los medios empleados. Combinando «intereses estratégicos» de EEUU e intereses comerciales de las empresas beneficiadas con esas venta, obviamente los funcionarios involucrados en el negocio recibirán las «recompensas» correspondientes (curiosa mezcla de corrupción y fanatismo imperialista).

Por otra parte acumula apoyos en el establishment el llamado plan Biden-Gelb de dividir a Irak en tres partes (una sunita, otra chiíta y una tercera kurda) lo que supone el éxito (para nada asegurado) de la estrategia de guerra étnica desarrollada por los ocupantes. La concreción del plan les permitiría (en teoría) replegarse con relativamente pocas bajas ya que la resistencia iraquí quedaría sumergida en un océano de conflictos locales. Hacia mediados del año pasado el senador demócrata Joseph Biden y Leslie Gelb, presidente emérito del Council on Foreign Relations, publicaban en `The New York Times' un texto desbordante de cinismo donde tomando como precedente «exitoso» al desmembramiento de Yugoslavia proponían descuartizar Irak.

Completando el coro siniestro, nada menos que David Walker, titular del Government Accountability Office, pronunció el 7 de agosto una conferencia en la que trazó el paralelo entre la decadencia del imperio romano y la situación actual de EEUU.

Las dos burbujas imperiales se están desinflando al mismo tiempo: la burbuja financiera centrada en el mercado inmobiliario (aunque sus alcances son mucho más amplios) y la burbuja militar apoyada en las guerras de Irak y Afganistán (paso decisivo en la delirante estrategia de conquista de Eurasia). La interacción entre ambos fracasos es evidente, aparecen como los aspectos más visibles, por ahora, de la degradación general de la sociedad norteamericana que no puede ser comprendida sino en su totalidad. De ese modo es posible explicar comportamientos sectoriales (militares, políticos, financieros y otros) aparentemente desmesurados, incoherentes, a veces abiertamente estúpidos pero que integran una dinámica superior marcada por la decadencia. Y como EEUU constituye la espina dorsal y la cabeza enfermas del capitalismo mundial sus temblores afectan (expresan) al conjunto del sistema, los interrogantes sobre su futuro tienen alcance planetario.

¿Contraataque imperial?

El primer interrogante se refiere a la posibilidad de un contraataque del Imperio. Podríamos suponer que los halcones acorralados estarían tentados a desatar algún golpe de suerte buscando revertir la pésima situación actual. Durante todo el año pasado esta hipótesis adquirió cierta verosimilitud; la creciente agresividad de la Casa Blanca hacia Irán, su compromiso con la invasión militar israelí a Líbano, sus actos hostiles contra Rusia, impulsaban a pensar en una aventura militar en marcha. Algunas autores nos hacían recordar historias de otros tiempos como la invasión del Canal de Suez en 1956 por parte de Francia e Inglaterra, dos imperios coloniales en declive cuyos dirigentes habían perdido la percepción de la realidad, lo que los condujo al fracaso.

Según Michael Klare, las élites imperiales decadentes suelen tomar decisiones descabelladas ya que sobrestiman su poderío (declinante), subestiman el poder (ascendente) de sus enemigos y finalmente pierden los estribos ante reales o supuestos desafíos de estos últimos. Ingleses y franceses creían en esa época que podían doblegar fácilmente a Nasser, de quien no aceptaban sus reivindicaciones nacionalistas, pero el mundo había cambiado y los estados colonialistas sufrieron una humillante derrota política. Ahora EEUU se encontraría ante una situación parecida: se negaría a registrar la magnitud, la importancia (geo)estratégica de su derrota en Irak y el hecho de que su gigantesca maquinaria bélica está perdiendo rápidamente la capacidad de disuasión que tenía en la década pasada. Además, el caos financiero en el que está sumergidos le impediría percibir que pierde peso económico global y que su endeudamiento vertiginoso los hace cada vez más dependientes de la red financiera internacional y de las decisiones monetarias de la UE, Japón y China.

El rápido debilitamiento del gobierno Bush va reduciendo su capacidad operativa y es muy probable que esa tendencia se acentúe en los próximos meses (lo que no elimina por completo la posibilidad de una agresión imperial desesperada, como lo demuestra su reciente bravuconada al declarar como organización terrorista a los Guardianes de la Revolución de Irán).

Más allá del búnker de Bush

Pero es necesario mirar más allá del búnker de Bush y del aspecto exclusivamente militar del tema. El «complejo industrial-militar» tradicional ha cambiado mucho en los últimos años, actualmente forma parte de una red más amplia y compleja de intereses que abarca también negocios financieros, energéticos, de seguridad privada...

Se trata de un sistema muy concentrado que (sobre todo) desde el fin de la Guerra Fría ha conseguido capturar al grueso de la élite política norteamericana. Uno de los pilares de dicha cooptación ha sido el ascenso hegemónico de una «cultura» entre financiera y mafiosa claramente parasitaria. Prisionera de visiones simplistas deslumbradas por el gigantismo del megaaparato militar desde cuyas alturas el «enemigo» (por ejemplo las poblaciones de Irak o Irán), es visto como un pequeño objeto, un hormiguero que puede ser manipulado o exterminado a gusto. Agreguemos a esto que si bien los candidatos a la presidencia del Partido Demócrata critican a Bush por el desarrollo de la guerra en Irak no dejan de mostrar sus colmillos en los casos de Iran o Pakistán-Afganistán.

Podríamos también aproximarnos al tema desde la deformación «financiera» de la percepción de la realidad que genera imágenes fantasiosas donde enormes masas de fondos derriban todos los muros culturales, morales y políticos.

Militarismo-mercantilismo

En un caso (militarismo) la realidad es simplificada al extremo bajo el convencimiento de que la fuerza bruta lo puede todo; en el otro (visión mercantil del mundo), la deformación no es menos grosera («el poder del dinero es irresistible»). A comienzos del siglo XXI nos encontramos ante la degeneración integral de la élite dominante (central) del mundo que combina la más alta sofisticación consumista y tecnológica con el primitivismo intelectual. No es la primera vez que ocurre esto en la historia humana.

Mi conclusión es que el militarismo imperial-mafioso no tiene por qué desaparecer con Bush, fue gestado durante un prolongado período anterior (marcado durante la década pasada por la primera Guerra del Golfo, los interminables bombardeos sobre Irak, la guerra de Kosovo, el desarrollo incesante de burbujas especulativas) y tiene sólidas raíces entre los dirigentes de los partidos demócrata y republicano.

Por otra parte, su dependencia energética obliga al capitalismo norteamericano a presionar cada vez más a los países poseedores de dichos recursos. No se trata solo de su decreciente producción petrolera enfrentada a recursos globales que tenderán a mengüar en el corto plazo, sino también de la «solución» (parcial, efímera) encontrada: los biocombustibles, cuya expansión significaría la apropiación de vastas extensiones territoriales de la periferia, reduciendo drásticamente sus suministros alimentarios.

En ambos casos el Imperio, comportándose como un vampiro, «necesita» para sobrevivir depredar cada vez más al mundo subdesarrollado y disputar las presas a las otras potencias (UE, Japón, China). En realidad, la irrupción de los biocombustibles impulsa al Imperio a una recomposición estratégica enfocando nuevos espacios o más bien reclasificando en su jerarquía de intereses a ciertas zonas de la periferia. Economías agrícolas subdesarrolladas antes en segundo plano están pasando al primer nivel en la escala de prioridades. Es el caso de las grandes extensiones de tierras fértiles de América Latina.

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