La primera gran operación financiera de la era Sarkozy ha visto la luz. Aunque en su etapa de ministro el proyecto no contara inicialmente con su beneplácito, luego rectificó y ahora, ya como presidente de la República, no tendrá mayor problema en apuntarse el tanto sobre la fusión energética lanzada bajo mandato de De Villepin.

Gaz de France y Suez anunciaron ayer la creación para 2008 de un nuevo grupo empresarial que se convertirá en el «número 1» del suministro de gas en el mercado europeo. El Estado francés se reservará el 35%, una minoría de control, y Bruselas dispondrá también de su «acción de oro» en el grupo Suez. Para los estamentos económicos y políticos que sustentan la fusión, ello es suficiente para preservar la influencia estatal en el gigante en ciernes. En todo caso, está claro que asistimos a un matrimonio en el que prima la lógica del beneficio privado y no del servicio público. A esa unión se llega tras privatizar Gaz de France y, ahora, la compañía franco-belga Suez se desgaja, y el 65% del capital de su «filial verde» (agua y residuos) se distribuye mediante una operación en Bolsa que permitirá la entrada de capitales especulativos. Resulta poco creíble que se pretenda convencer a los ciudadanos de que operaciones de ese calado no repercutirán ni en las tarifas, ni en la calidad del servicio, ni en los puestos de trabajo.