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Mikel Arizaleta Traductor

...In memoriam

Ahora tan puntero, tan altivo, tan moderno, tan ejemplar... Mi país. Por ahí se pregonan nuestros logros, se hacen homenajes, huecos para conferencias en alguna International University o películas que ensalzan a nuestros políticos, nuestra política... Pero nuestro establishment, nuestra política, nuestra vida cotidiana, nuestros problemas, son herencia directa de un crimen que se oculta, que se sigue enterrando con palabrería huera y ofensas nuevas de falsas equiparaciones.

Dicen ahora algunos que hubo dos bandos, quieren algunos ponerlo negro sobre blanco y que pase así a la historia. Conmigo que no cuenten y que nos perdonen los asesinados, los torturados, los transterrados, sus descendientes... Alto y claro: `Dos bandos'. No. Hubo un gobierno legítimo, democrático, progresista, castigado, unas víctimas. Víctimas, víctimas... Y una banda de golpistas y traidores al pueblo y a la democracia bien respaldados por señores feudales de muchos caudales y mucha sotana que aplicó la `ley' de la tierra quemada, el exterminio, el expolio, la ablación psíquica, que sembró el terror que permanece y cortó la lengua a varias generaciones de españoles desde el 36 en adelante», escribía con garbo y entereza en el otoño de 2006 Enriqueta de la Cruz, oteando en el horizonte la Ley de la Memoria Histórica, destinada más bien «a blanquear el golpe de Estado y la dictadura franquista en España».

La Ley de la Memoria Histórica del PSOE tiene el regusto de una ley de omertá, encierra un ataúd de silencio y cobardía. Y un callejero de vergüenza en nuestras ciudades y pueblos. Muchos de nuestros mayores siguen en silencio, muchos de nuestros viejos republicanos mueren sin hablar, protegiendo a sus descendientes. A la luz de esta Ley de la Memoria Histórica sólo cabe pregonar que: «Son sabios nuestros mayores y son arriesgados nuestros jóvenes». Sigue habiendo hoy todavía un gran silencio institucional incluso en el desenterramiento de los asesinados por el golpe fascista del 36.

El 18 de septiembre de 2007, al alba del otoño, murió la lekeitiarra María Jesús Zarragoitia a los 87 años, nuestra ama. Dieciséis al inicio del putsch militar. Refugiada en los Países Catalanes y acogida con cariño por una familia de larga relación y recuerdo. Tiempo de dolor y distancia. Quien más tarde sería su marido, Luis Goikoetxea, fue encerrado en el campo de concentración de Gurs y luego en el campo de concentración de Miranda de Ebro, en las escuelas de Unamuno de Madrid, en el batallón de trabajadores de Mozarrifar y, finalmente, condenado por el Tribunal Militar de El Ferrol a 12 años de cárcel. Años de sufrimiento, de hambre, de enfermedades y castigo. Tiempos de humillación y lloro. ¡Y fueron quienes tuvieron suerte! Porque otros muchos compañeros, familiares y amigos murieron de penuria o fueron vilmente asesinados. Guardaron durante años sus sentimientos en arcón de roble, rompieron papeles, a duras penas salvaron oralmente su lengua materna: el euskera. En muchos de nuestros ancianos yace grabada una tragedia dramática, imágenes salvajes de Policía gris y Guardia Civil, de gobernadores tiranos, de asesinato y chulería, de represión y muerte. La mano colorista y de buril de un Pablo Antoñana y otros van perfilando hoy a diario situaciones duras y macabras de entonces. Con cariño y trabajo se han ido recuperando, sacando a la luz, trazos de sus historias y recuerdos enterrados. Lentamente van aflorando huesos de mujeres y hombres baleados y arrojados en la acequia de la vida. El desempolvamiento por historiadores de legajos amarillentos y sepulturas vacías han confirmado una leyenda espeluznante del Chile de Pinochet y de dictadores sin entrañas: «centenares de cadáveres de republicanos, que yacían en las cunetas, fueron trasladados a la fosa de Cuelgamuros, al Valle de los Caídos, con impunidad, sin consentimiento de hijos y esposas, robados por la autoridad con sigilo y fuerza», relatará el historiador Iñaki Egaña. Eso ha ocurrido entre nosotros a finales de los años 50. Y muchos de los que llevaron a cabo semejante felonía siguen entre nosotros cobrando retiro y jubilación.

Se hace necesaria una reflexión profunda. ¿Por qué setenta y pico años después del levantamiento militar todavía estamos así, con esta Ley de Memoria Histórica, que tanto huele a pasar la mano, a correr un velo, a mirar hacia otro lado, a olvido? Una ley que invita al silencio, a bajar las manos, a levantar los hombros, a derrota eterna, a un «os jodéis» en alto. No olvidemos, se trata de una ley del Parlamento, por tanto manifiesta el querer de gobernantes y dirigentes políticos. ¿Están amarrados o piensan así? Conviene recordar que aquí los golpistas vencieron y, por tanto, no fueron procesados como en Alemania. Ellos siguieron gobernando durante cerca de cuarenta años con Franco, y todos ellos han seguido gobernando, juzgando, ocupando puestos administrativos y del Estado sin Franco. Su participación y colaboración en el golpe contra el gobierno legítimo nunca ha sido ni juzgada ni condenada. Hoy todavía en archivos, centros de investigación y algunos puestos de administración tienen un acceso más franco historiadores o gente franquista que críticos y republicanos.

Por resumir: Juan Carlos, que juró los principios del Movimiento y fue designado por Franco, que jamás ha condenado el franquismo sino, por el contrario, sólo ha tenido palabras de comprensión y respeto hacia él, hoy es el rey del Estado español. Eso y la cobardía y pusilanimidad de gentes con pedigrí democrático explicaría, al menos en parte, esta Ley de la Memoria Histórica. Recuerdo el gran trabajo de los autores Benito Bermejo y Sandra Checa en su «Libro memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945)», editado en 2006 por el Ministerio de Cultura, en el que se recogen 8.700 registros de deportados: el nombre y apellidos, lugar de nacimiento, fecha de nacimiento, número de prisionero, fecha de la deportación, campo de cautiverio... Obra importante y en la que, sin embargo, no se hace mención, ni siquiera referencia alguna, a los responsables de la deportación, entre ellos Serrano Suñer. ¡Una deportación y matanza sin culpables! Es la Ley de la Memoria Histórica del Parlamento español de 2007.

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