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Antton Morcillo Licenciado en Historia

El reloj

Conforme se van acercando las elecciones españolas de la próxima primavera, se suceden diferentes movimientos destinados a condicionar el voto ciudadano, no sólo en el sentido de atraerlo, sino también para neutralizar la bolsa electoral del contrario.

Ocurre, además, que el curso político actual arranca tras el fracaso de la experiencia negociadora entre el Gobierno de Zapatero y la izquierda abertzale para poner fin a 40 años de conflicto armado en el sur de Euskal Herria.

De esta manera, ambos factores, elecciones y ruptura del alto el fuego, han deparado en un cóctel político de extrema tensión, turbulento e insaciablemente represivo.

Hace unos meses, en una colaboración publicada en este mismo medio tras las elecciones municipales, comentábamos que los resultados de los principales contendientes en el ámbito vasco, podían avalar la continuidad del proceso de resolución del conflicto, siempre que los socialistas no optaran por jugar al corto plazo en el Estado, donde la presión del PP sí estaba erosionando las posiciones de Zapatero.

Así pues, el dilema que tenía el Gobierno español era sencillo en enunciado: o profundizar en el proceso o dar un viraje hacia las posiciones del PP. La decisión, en cambio, era bastante más complicada, toda vez que apostar por el proceso significaba pasar de las palabras a los hechos, tomar medidas que ayudaran a superar bloqueos y a crear nuevas situaciones. En definitiva, riesgos que asumir ante la cita electoral de marzo, pero apuesta segura en el largo plazo para cerrar la organización del Estado y lograr la ansiada -por ellos- estabilidad interna.

La otra opción también tenía sus riesgos. Apostar por seguir las propuestas políticas de otro, suele llevar a aparecer ante la opinión pública como un mariachi del PP, carente de iniciativa propia. Además, las propuestas de los de Rajoy eran y son tan extremas, que entrar en esa dinámica conllevaba el peligro de perder aliados y generar tensiones sociales continuas.

Zapatero eligió virar y cambiar diálogo por represión, y comenzó de una manera bestial, encarcelando a Arnaldo Otegi. Era previsible, además, que el asunto no se quedara ahí y que a continuación viéramos activar sumarios e intervenciones judiciales para pender una constante espada de Damocles sobre las cabezas del independentismo.

En el corto plazo con la mirada puesta en las elecciones, tales bazas parecían ser suficientes para aparentar una posición de fuerza y neutralizar el discurso del PP, pero la realidad está siendo bastante más complicada que el inicial cálculo político.

A mi entender, la posición del Gobierno de Zapatero es mucho más débil de lo cabía prever, porque la legislatura está a punto de acabar con un bajo perfil en logros políticos.

En efecto, la distancia que quería haber tomado de la derecha en materia social y en política territorial con el Estatut catalán y la apertura del diálogo en el conflicto vasco, ha acabado como un bluff político incapaz de asentar una era para la transformación socio-democrática del estado. Los experimentos de Zapatero, además de frustrar esperanzas en los sectores afectados, han terminado por soliviantar a la vieja guardia del partido, representada o configurada en torno al grupo comunicativo de Prisa.

Por otro lado, vista la actitud del PNV durante el período de tregua, los socialistas españoles preveían que una vez rota ésta, el Gobierno podría afrontar el conflicto vasco desde una óptica bipolar, como en los tiempos del Pacto de Ajuria-Enea. Lo que no esperaban era que los jelkides se recolocaran también en el nuevo escenario, aunque ello supusiera sacrificar al principal valedor de la política de colaboración PNV-PSOE.

Sin embargo, a poco más de cuatro meses de las elecciones, el PNV también quiere incidir en el tablero político con el anzuelo de la consulta para pescar en las abúlicas aguas del espacio abertzale, fundamentalmente cansado y frustrado de experiencias yermas y del círculo vicioso en el que se ha convertido la política vasca. De esta manera, volvemos al esquema tripolar de la era Aznar, reinstalando la política de la confrontación dialéctica, aunque sea de bajo nivel.

Desde luego, Zapatero puede estar todo menos cómodo en esa situación; desde dentro y desde fuera recibe constantes acometidas que minan su posición política al frente del Gobierno y dentro del mismo PSOE. Así las cosas, los actuales dirigentes del PSOE han decidido recurrir a la vieja estratagema de desviar la atención a base de golpes mediáticos. En ella tienen cabida las operaciones policiales contra la Mesa Nacional de Batasuna y otras que estén por venir.

La cuestión es que vuelven a primar la tensión política, buscando expulsar a la izquierda abertzale del tablero político y la insertan en una dinámica de resistencia y/o supervivencia; es decir, responden con palo y tentetieso a las viejas reivindicaciones de las naciones sometidas al Estado. En definitiva, más de lo mismo, demasiado más de lo mismo para un gobierno que venía con afán de cambio y, por segunda vez en 25 años, frustra las esperanzas de los sectores más progresistas del Estado. La única incógnita es saber si todo ello va ser suficiente para ganar las elecciones, y si las gana, cuál va a ser el precio a pagar, dentro y fuera del partido.

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