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crónica | en la audiencia nacional

El reflejo de un pueblo que reprimen hasta por cantar pero no pueden callar

Angela Murillo expulsó a la mayoría de los procesados de la sala después de que Teresa Toda manifestara su rechazo a la sentencia y el resto de imputados al unísono comenzara a entonar el Eusko Gudariak. Intentaron callarlos, pero se escuchó con claridad la exigencia de democracia para Euskal Herria.

Manex ALTUNA

Tras un proceso que se inició hace casi diez años y después de 16 meses de juicio esperpéntico, ayer se vivió un nuevo capítulo del sumario 18/98 con la lectura resumida de la sentencia. El Gobierno español pretendía realizar una demostración de fuerza ante los militantes vascos y organizó un despliegue policial impresionante alrededor de las instalaciones de la Audiencia Nacional en la madrileña Casa de Campo para este día.

Se esperaba que fuera una sentencia ejemplarizante, con condenas altas, pero además había que demostrar fuerza policial. A caballo, en furgonas o coches patrulla, las inmediaciones del tribunal estaban repletas de policías españoles vestidos con su uniforme azul correspondiente o de paisano. La Guardia Civil también se dejaba ver paseando en las cercanías.

Mientras, los imputados que se encontraban en libertad y los allegados con los que se acercaron a Madrid a conocer la sentencia definitiva iban llegando. Y como ya conocían, en la Casa de Campo no son justas ni las decisiones de los tribunales ni el trato personal.

Los agentes comenzaron a agobiar desde el principio a la delegación vasca obligándola a cambiar de acera. Lo más llamativo resulta que los policías que daban las órdenes eran muy jóvenes. Apenas superaban la veintena, e iban vestidos con ropa de monte.

Pasadas las 10.30, los encausados empezaron a intentar entrar en la sala. Un desastre. Aunque parezca increíble con todos los agentes y funcionarios que había dentro del recinto, se formó una larga cola. Y es que tomaban los datos de identificación de las personas a bolígrafo y rellenaban unos papeles con nombres y apellidos.

Para más inri, ni siquiera dejaron introducir periódicos. Los policías se quedaron con una veintena de GARAs y, aunque aseguraron que se los iban a entregar a los procesados, no se sabe si llegaron a sus destinatarios. Ver para creer.

Poco a poco, los abogados defensores, los imputados y los periodistas fueron entrando. Sin embargo, los policías continuaron con sus agravios comparativos. Los miembros de un grupo de extrena derecha eran prácticamente escoltados hasta la sala mientras los amigos y familiares de los encausados de- bían esperar en la calle.

Para la hora en la que se había anunciado la cita, los imputados que estaban en libertad eran los únicos que estaban en la sala. Después entraron los abogados defensores y, tras advertir una policía a los periodistas que no se les iba a dejar pasar, acto seguido entraron los representantes de la extrema derecha.

Los procesados que están encarcelados fueron apareciendo en la sala y los saludos, las sonrisas, el puño en alto y los gestos de complicidad entre abogados e imputados fueron multiplicándose y convirtiéndose en cada vez más emotivos. Dieciséis meses de banquillo y de injusticia unen mucho, como quedó patente en el tribunal.

Los agentes de la autoridad estaban molestos por la situación, pero su enfado fue en aumento cuando los allegados de los imputados empezaron a entrar en la sala. Una policía amenazó a todos los presentes con un rotundo «el que levante el puño se va fuera». Otro policía añadió que eran los procesados los que hacían gestos, a lo que ella respondió con un infantil «esos están ya detenidos».

El inicio de la lectura se acercaba y los nervios de los policías afloraban. Esperaban alguna denuncia y querían impedir a toda costa que la prensa informara de cualquier reivindicación, gesto cariñoso o cara alegre de los procesados. Empezaron a mover a los periodistas. Una fila para adelante, una para atrás, y el mensaje constante de que no se iba a poder seguir el acto desde dentro de la sala.

Otra frase para la historia

Al final, tras marear a todo el mundo de un lado para otro y no permitir a uno de los observadores que ha seguido el juicio sentarse al lado de los abogados, Murillo comenzó hacia las 11.40 a leer la sentencia.

Desde la pecera, sin embargo, advirtieron a la jueza de que no se oía nada y tuvo que detenerse hasta solucionar los problemas técnicos. La actitud autoritaria mantenida por la magis- trada durante el transcurso del juicio será siempre recordada y ayer volvió a aportar otra frase para la historia. Nada más empezar a leer las conclusiones del tribunal, Teresa Toda le interrumpió: «No aceptamos esta sentencia porque es una decisión política». Los policías que custodiaban a los acusados se abalanzaron sobre ella y el resto de los procesados comenzó a cantar el Eusko Gudariak, como hace 37 años, en Burgos. Murillo gritaba enfadada: «Cállese, cállese, fuera de aquí, fuera». Y gesticulaba con la mano. En este momento, se apagaron las cámaras. CNN+ iba a conectar en directo justo entonces, y el presentador se excusó: «Parece ser que ha habido una protesta».

Mientras tanto en la sala, se escuchaban los mensajes censurados: «Demokrazia Euskal Herriarentzat» o «Gora Euskal Herria askatuta!». A Paul Asensio le intentaban reducir de muy malos modos, al igual que a Marta Pérez, a la que por poco se llevan detenida si los abogados no llegan a avisar a los policías de que estaba en libertad. Fueron momentos muy tensos y Xabier Arregi casi se desmaya.

Murillo ordenó la expulsión de todos los procesados que están presos. Además, espetó con su tono autoritario a Marta Pérez y Oiaku Azpiri que también abandonaran la sala y desalojó a parte del público. En concreto, a los allegados de los procesados, que se marcharon dando voces de ánimo y aplaudiendo.

Volvió la conexión televisiva. La jueza dio a conocer el fallo en media hora. Como se había filtrado, las condenas fueron muy altas. Los abogados de los procesados no pudieron evitar mostrar su incredulidad. Sobre todo, cuando escucharon que quedaba probado que no había pruebas para aceptar las denuncias de torturas de Nekane Txakartegi. Para las 13.00 había acabado todo el paripé judicial, y quienes podían ponían rápidamente rumbo a Euskal Herria.

 

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