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Responsables de las muertes de la dispersión

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Muchas ciudadanas y ciudadanos vascos han salido durante estos días a las carreteras para reencontrarse con las personas con las que les unen lazos de familia y amistad. Pero los familiares y allegados de cerca de 700 presos políticos vascos, como los de Unai González, se han visto obligados a recorrer miles y miles de kilómetros única y exclusivamente porque así lo han decidido las autoridades del Estado español y del francés. Y lo han decidido justificando la dispersión carcelaria como un castigo añadido para el colectivo de presos vascos, intentando ocultar que también sus allegados sufren directamente esa política penitenciaria que choca contra los principios elementales de un Estado de Derecho.

Precisamente, muchos de los portavoces políticos que, al valorar el atentado de ETA contra la sede del PSE de Balmaseda, aludieron ayer al Estado de Derecho como sinónimo del Estado español, no tendrán hoy el valor de reconocer que esa política diseñada para luchar contra el independentismo vasco es la que se ha llevado la vida de Natividad Junko. Es más, quienes aúnan las condenas a ETA con la extensión de la responsabilidad de las acciones armadas al conjunto de la izquierda abertzale, no asumirán esa «lógica» para presentarse ante la ciudadanía vasca como responsables de las 17 muertes que ya ha provocado la dispersión.

El «bombo» -como lo calificaba el padre de Unai González tras conocer el fatal desenlace del accidente en el que él mismo se vio envuelto- en el que el Gobierno español mantiene encerrados a los presos vascos y a sus familiares y allegados no dejará de repartir dolor en Euskal Herria mientras en este país no se levanten las «líneas rojas» que permitan a los estados percatarse de que su apuesta por las medidas represivas no tiene salida. No la tiene porque el enfrentamiento político necesita de una salida política y porque la estrategia de chantaje hacia el colectivo de presos políticos y sus familiares fracasó hace ya mucho tiempo, como estos días recuerdan las personas encerradas en la catedral donostiarra del Buen Pastor.

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