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Raimundo Fitero

En la calle

La Sexta tiene en «Vidas anónimas» su incursión en la realidad cotidiana vista con una cámara. El anonimato no es solamente por parte de los protagonistas que nos cuentan sus circunstancias, que se dejan, precisamente, su vida anónima para convertirse, por unos minutos, en material televisivo, en personaje mediático, sino que la propuesta de la fórmula es que no existe intermediación, es el protagonista frente a la cámara y el micrófono, sin otra intervención. Una fórmula ensayada con variaciones, y que intenta renovar el género del reportaje, que tiene la vocación de inmiscuirse en aquellos lugares, circunstancias, estadios de la vida social que escapan a los noticiarios y a los otros programas. Algo que en los últimos tiempos han procurado, con diferente éxito, casi todas las cadenas.

No tiene este espacio mal estilo, y hasta en los episodios visitados, la elección de esas personas corrientes, pero con un toque de excepcionalidad dada sus aficiones o sus propias circunstancias de vida, lo hacen cercano, con un buen montaje, lo que lo aligera. Y al intercalar tres historias, se ven con tranquilidad y con suficientes datos para hacerse una composición de lugar. El pasado miércoles, el de la mujer dedicada a la protección de perros, o la del viejo pescador que procura pescados frescos para los bares gaditanos tenían, además, un componente de humanidad y de ejemplaridad que les confería otro valor.

Como contrapunto nos encontramos con una nueva propuesta de Cuatro, en su capítulo dedicado al espectáculo menor, de tráfico de sueños y esperanzas. «Fama, a bailar» se llama y estamos viendo los castings, o sea, lo de siempre, y la verdad es que de estos momentos de selección, lo mejor es el montaje, el juego con las imágenes, las músicas y los momentos más emotivos. Huele a fracaso anunciado. Pero hay cadenas que insisten en instalarse en la mediocridad populachera, pero disfrazada con plumas y maquillajes pretenciosos. Este es el caso. Se une a unos cuantos programas similares, con cantantes, con modelos, y ahora con bailarines o asimilados, con jurados bordes, o sea, un calco. Una cascada imparable de presunciones.

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