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Raimundo Fitero

Sin preámbulos

No perdamos tiempo: tras la más que previsible discusión y debate colectivo se tomó la decisión más conservadora. Nos tragamos las uvas al son de Anne Igartiburu y su imposible vestido de verano en pleno invierno. No voy a relatar los argumentarios por una cuestión de vergüenza ajena. Así que allí estuvimos viendo a la musa española recitando un manual de obviedades, y en eso llegó el momento decisivo. Y la verdad es que no me importa mucho lo que sucedió a mi alrededor, ni siquiera voy a interesarme por el número de uvas que caben en doce campanadas, solamente sé que los señores de TVE nos colocaron un gran anuncio, el anuncio de los anuncios, la publicidad más conspirativa: un anuncio sobre las mismas campanadas, es decir, seguimos la ingesta de uvas viendo como unos logos iban comiéndose unos puntos y al final resultaba ser una marca de tarjeta de crédito, que explícitamente aparecía antes y justo después. Las reglas del mercado bombardeadas. Ya no se trata de saber cuál es el último anuncio del año, ni el primero del siguiente, sino que ahora hay un anuncio en el mismo tránsito, colocado sobre el famosos reloj, incidiendo con la locución de los presentadores, o sea, un timo. Quizás sea la mejor manera de acabar con la tradición, una manera de ahuyentar a la clientela, y hasta a los anunciantes. Porque, si dura treinta seis segundos la ceremonia de las campanadas, son los treinta y seis segundos que prestamos remotamente atención a la pantalla, y a partir de ahí, los besos, los mensajes del teléfono, las burbujas y el jolgorio. Colocados, en el mejor sentido del término, en este punto, las actuaciones, los cómicos, los programas enlatados, las coincidencias son abrumadoras, por lo que da lo mismo visitar una cadena que otra, porque, como es habitual, lo bueno, los programas más elaborados son los previos, los que acompañan a la cena, los preparativos de las campanadas. En este terreno tenemos una gran suerte, los días primeros de año son precisamente los que sirven para que estos programas puedan ser vistos en sus reposiciones, sin tanta presión ambiental, pero con una resaca que ni Strauss nos la quita.

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