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CRÓNICA Muere el dictador indonesio Suharto

Luto nacional por un acusado de corrupción y exterminio

El dictador Haji Mohamed Suharto, de 86 años, murió ayer en Yakarta tras sufrir un fallo múltiple en sus órganos internos. El presidente, Bambang yudhoyono, decretó siete días de luto nacional por la muerte de un hombre que gobernó con mano de hierro durante más de tres décadas, considerado el más corrupto del mundo y acusado de la muerte de 500.000 personas.

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El general Haji Mohamed Suharto nació en junio de 1921 en el centro de la isla de Java, en el seno de una familia militar. Tras formarse en el Ejército holandés y combatir durante la Segunda Guerra Mundial en una milicia local de apoyo a las tropas japonesas, luchó desde 1945 contra Países Bajos por la independencia de su país. En 1950, consolidada la independencia, ascendió al rango de teniente coronel. En 1962, tres años después de ser acusado de contrabando, alcanzó el rango de general. Por entonces, Suharto había empezado a significarse como un militar de ideas claramente derechistas, en contraste con el marcado carácter izquierdista del primer presidente del país, Sukarno.

En 1965, lideró un golpe de Estado militar que acabó con el régimen y un año después fue elegido presidente, después de que el propio Sukarno renunciara al cargo y cediera el poder de emergencia al militar golpista. Fue el nacimiento del llamado «Nuevo Orden» (Orde Baru), un régimen dictatorial dominado por el Partido Golkar.

Entre 1965 y 1966, el nuevo régimen lanzó una brutal represión contra cientos de miles de personas acusadas de simpatizar con el Partido Comunista. El partido fue inmediatamente ilegalizado, el Parlamento y el Gobierno fueron depurados, los sindicatos independientes perseguidos y la prensa censurada.

Según las organizaciones de Derechos Humanos, en esos dos años se calcula que desaparecieron o murieron entre 400.000 y 500.000 personas.

A lo largo de sus 32 años de duración, el régimen se caracterizó por el uso extendido de la tortura, el secuestro y por matar a miles de opositores, sobre todo en las zonas del país con fuerte presencia de movimientos independentistas, como Aceh, Papúa Occidental o Timor Oriental. Sólo en este país -hoy independiente-, el Ejército indonesio causó la muerte de alrededor de 100.000 personas, aproximadamente un tercio de la población total.

Los opositores que sobrevivieron a la primera oleada represiva, calificados genéricamente como «tapol» (presos políticos), fueron condenados a largas penas de cárcel, expropiados e inhabilitados para ejercer cargos públicos tras su salida de prisión. La «maldición» fue transferida a sus hijos y familiares.

El apoyo de Occidente

Suharto estabilizó la economía del país y convirtió a Indonesia en un puntal de las potencias occidentales en plena Guerra Fría. Fue tal el apoyo occidental que en los años noventa trascendió la noticia de que la diplomacia estadounidense le había facilitado listas de hasta 5.000 comunistas para su posterior represión. Por su parte, la Inteligencia británica coordinó la guerra ideológica del Ejército indonesio contra el Partido Comunista, contra los indonesios de origen chino y contra el propio Sukarno.

La política de privatización de recursos naturales, de apoyo a las multinacionales y de endeudamiento con el Banco Mundial y con las potencias occidentales coincidió con un alto grado de corrupción entre miembros del Partido Golkar. Buena parte de los fondos del Estado fueron desviados a cuentas personales de la familia de Suharto.

Tras años de bonanza económica, el régimen de Suharto fue víctima de la crisis asiática de 1997. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial empezaron a apretar las tuercas a Indonesia y las malversaciones de fondos de Suharto empezaron a aflorar. Las medidas de austeridad y el fuerte estallido social, junto a la pérdida del apoyo del Ejército, llevaron a su derrocamiento en 1998.

Poco después se conoció la fortuna multimillonaria de la familia Suharto, pero el dictador jamás fue juzgado debido a su estado de salud.

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