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análisis | juegos olímpicos de beijing 2008

Una de Steven Spielberg y ceremonias de inauguración

Aquellos que defienden el llamado «espíritu olímpico» olvidan la cruda realidad, según la cual este tipo de acontecimientos lo que en verdad alientan es un negocio gigantesco.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Ante las críticas hacia China a escasos meses de que comiencen los Juegos, el autor apunta que, siendo ciertas en muchos casos, son en la misma medida un ejercicio de «hipocresía» por parte de estados occidentales que ven la viga en el ojo ajeno pero no en el propio.

Ya queda menos para que Beijing inicie las Olimpiadas y, según se va acercando la fecha, las presiones, las críticas e incluso los llamamientos al boicot se suceden en algunos ámbitos. El último acontecimiento de esa índole lo ha protagonizado el famoso director de cine Steven Spielberg, anunciando su renuncia a participar en el comité asesor de los Juegos Olímpicos de verano en China. Su excusa ha sido la supuesta indiferencia del gigante asiático ante los acontecimientos de Darfur.

Algunos jóvenes chinos mostraban recientemente su disgusto ante esta medida, y señalaban que el propio Spielberg habría filmado alguna de sus películas en «Egipto o Sri Lanka» sin importarle mucho la situación de derechos humanos en esos dos estados.

Si la presencia de Spielberg era un reclamo propagandístico, enfocado sobre todo a transmitir una imagen abierta al mundo, lo cierto es que su ausencia no entorpecerá la presentación artística del evento. Sobre todo, si tenemos en cuenta que uno de los co-directores de la ceremonia de apertura es el cineasta chino Zhang Yimou, quien además de sus numerosas películas dirige desde hace años el espectáculo «Sanjie Liu» (La tercera hermana Liu), toda una obra musical sobre el agua y bajo el marco de las montañas de Yangshuo, donde actúan más de quinientas personas. Una vez vista esta obra, no es de extrañar que la apertura olímpica esté abocada a sorprender a los ojos de casi todo el mundo.

China lleva tiempo caminando hacia la recuperación de su lugar en el centro de las relaciones internacionales, ubicándose como una superpotencia y amenazando en un futuro, quizás no lejano, la supremacía de Estados Unidos. Por eso, no es extraño que el Gobierno de Beijing intente aprovechar las Olimpiadas para mostrar al mundo sus progresos en esa línea, de ahí también que esos dirigentes vean en los Juegos Olímpicos «una muestra simbólica de ese crecimiento global del país».

Beijing se ha comprometido de cara a esa fecha tan importante a mejorar la situación de su población, ha hecho hincapié en desarrollar su potencialidad tecnológica y sobre todo se muestra dispuesto a mejorar el medioambiente. No obstante, junto a ello no podemos olvidar que todavía en China se dan importantes carencias que desde el Gobierno se intentan corregir. La contaminación ambiental y la corrupción son dos batallas en las que China se muestra inflexible. Sin embargo, los derechos de algunos pueblos que demandan su derecho de autodeterminación no son tenidos en cuenta, y los desequilibrios entre la población y entre las zonas urbanas y el campo siguen estando presentes.

Los llamamientos al boicot en base a diferentes acusaciones están basados en buena parte en la hipocresía de quienes las lanzan e incluso en la aplicación del «doble rasero». Además, muchas de esas voces son las que proclaman en otras situaciones la necesidad de «no politizar el deporte», como si esto fuera posible. El boicot olímpico iniciado por Estados Unidos en las Olimpiadas de Moscú, que posteriormente tuvo su replica por parte de la URSS, es la base para estas peticiones actuales.

La mayoría de estas acusaciones, algunas reales, las podemos aplicar también a muchos países occidentales, lo que nos impediría celebrar las Olimpiadas en cualquier lugar. Lo cierto es que aquellos que defienden el llamado «espíritu olímpico» olvidan la cruda realidad, según la cual este tipo de acontecimientos, lejos de incentivar la armonía y la paz entre los pueblos, lo que en verdad alientan es un negocio gigantesco. Y este año olímpico no iba a ser menos. La elección de Beijing como sede olímpica debe enlazarse con esa realidad económica. Desde las grandes compañías se busca aprovechar en beneficio propio «la plataforma global» que ofrece este tipo de acontecimientos.

La participación de esos patrocinadores busca un doble propósito. Por un lado, relacionar el nombre de sus empresas con el llamado «espíritu olímpico», cargado de connotaciones positivas, y por otro lado, aumentar su presencia en el inmenso mercado chino. En China, el porcentaje de multimillonarios no es muy elevado en relación a su población, pero cuantitativamente en comparación con el resto del mundo su número es muy grande; y si a ello se le añade la costumbre consumista china «el negocio salta a la vista». Según algunos datos ya publicados, se calcula que más de mil millones de chinos seguirán las Olimpiadas, a los que habría que añadir el cerca de medio millón de visitantes y una audiencia mundial de cuatro mil millones de telespectadores.

Toda una cifra que desde hace tiempo barajan las empresas occidentales, a las que no les gusta mezclar «negocios con política o derechos humanos», casualmente la misma acusación que en algunos medios se lanza contra la política china en otras partes del mundo.

El abanico de reproches contra el Gobierno chino alcanza en ocasiones cotas de absurdo enormes. Recientemente, un medio señalaba a Beijing como culpable de destruir la riqueza forestal de Nueva Guinea, al solicitar explotar la madera para las construcciones. Esos mismos medios han obviado históricamente la quema de esas mismas superficies desde hace años, y siempre con intereses financieros detrás. Otra acusación lanzada va ligada a la transformación de Beijing, que habría provocado el desplazamiento de parte de la población local, así como la desaparición de zonas antiguas, los conocidos hutong.

Estos barrios tradicionales han sufrido el avance inmobiliario y la especulación, pero para algunos de sus habitantes las condiciones de vida en los mismos hacía tiempo que habían degenerado por la falta de acceso a infraestructuras de agua y a su hacinamiento. Además, situaciones de este tipo se han venido sucediendo. El caso de Barcelona en 1992 no es más que una muestra.

La ciudadanía china espera con ilusión la celebración, no en vano es un pueblo con amplias tradiciones ligadas en ocasiones a la superstición, y espera que el 8/8/2008 la buena suerte y la prosperidad les llegue a sus hogares, ya que en el idioma chino, ocho y fortuna riman. Los «Juegos Olímpicos del Pueblo», como han sido declarados por el Gobierno, supondrán una importante transformación de la capital y de la sociedad, pero al mismo tiempo será el escaparate ideal para que China muestre al mundo sus avances y sus capacidades, más allá de dimisiones mediáticas y de llamamientos interesados al boicot.

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