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Maite Ubiria Periodista

Soldados de las ideas

He leído con gran placer la entrevista que Amets Arzallus ha mantenido con uno de los últimos intelectuales franceses que siguen levantando el estandarte de la libertad de los pueblos. Con el pie sobre la misma arena que pisaron los soldados aliados que dieron su vida por la derrota del nazismo, Gilles Perrault emerge como una isla en un océano de intelectuales que no se atreven a cruzar barreras y a los que complace más escuchar el eco de su voz en un programa de máxima audiencia que dotar de herramientas teóricas a quienes aspiran a construir una sociedad basada en valores universales.

Me merece profundo respeto ese Perrault que ofrece un lienzo por pintar, un guión de reflexión, una invitación al cuestionamiento permanente, aunque a riesgo de ser acusada de desfachatez, les diré que soy de las que cree que los pensadores son unas brújulas necesarias, unos guías competentes, aunque finalmente corresponde a los pueblos determinar en cada momento cómo construyen su destino.

Ocurre, sin embargo, que Perrault no se reconoce en la nueva piel que tratan de implantar al pueblo francés. Y es algo del todo natural. Como también lo es que en un ambiente hostil se abrace a los fantasmas más queridos, a gentes de digna memoria, a espectros de un pasado luminoso.

Y al descubrir al escritor en esa difícil e incómoda convivencia con la vejez, me asaltan las dudas: ¿Cómo escapan los soldados de las ideas a la nostalgia y mantienen la capacidad de creer en aquello que sus ojos ya no alcanzarán a ver?

Y me pregunto, a fin de cuentas, cómo adoptan las decisiones más difíciles, ya sea a la hora de tomar las armas -de forma real o figurada- ya a la de ceder el testigo a quienes no han pisado otra trinchera que las aulas de las universidades.

Habrá pensadores que darán el argumento más preciso, yo sólo alcanzo a afirmar que hay que estar dotado de una gran lucidez revolucionaria para interpretar correctamente esas luces de aviso que, como los faros que salpican la costa normanda en que habita Perrault, indican cuándo es preciso apartarse de los acantilados y navegar en aguas profundas.

Fidel se va pero su despedida le hace más presente que nunca. Y le convierte además en referente insoslayable.

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