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«We are all missing them», En recuerdo de las más de 2.000 personas todavía desaparecidas

En Kosovo son aún más de 2.000 las personas desaparecidas tras la guerra de 1999. Desde el Instituto Forense, su director, Arsim Gërxhauliu, lucha cada día para identificar los cuerpos que, poco a poco, van apareciendo, tanto en Serbia como en las fosas comunes que nueve años después permanecen en el recién estrenado estado.

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Carlos CASTRO | Oriol ANDRÉS

Pristina

Varios centenares de retratos fotográficos cuelgan de la valla exterior del Parlamento de Kosovo, en Pristina. Muchas de las fotografías se encuentran raídas y descoloridas debido al paso de varias estaciones, con fuertes lluvias y bajas temperaturas en invierno, y un sol castigador en verano. Acompaña las fotografías una lona con la inscripción en inglés «We are all missing them» y algunas flores que, de vez en cuando, alguien se acerca a cambiar.

«We are all missing them» -los echamos a todos de menos-. Los hombres, mujeres y niños de las fotografías y a los que se refiere la pancarta forman parte de los 2.042 albanokosovares que siguen desaparecidos desde la guerra de Kosovo, en el año 1999.

En marzo de ese año, la OTAN, encabezada entonces por el español Javier Solana, bombardeó Serbia para evitar una limpieza étnica por parte del Ejército y los paramilitares de este país en Kosovo, pero lo cierto es que las mayores atrocidades se produjeron precisamente durante los bombardeos, después de la marcha de los observadores del OSCE, que se tuvieron que retirar del terreno ante la inminencia del ataque. En sólo tres meses, se produjeron en Kosovo 14.000 muertos, según asegura Arsim Gërxhaliu, médico forense y director de la Oficina de Naciones Unidas para las Personas Desaparecidas (OMFP, en sus siglas en inglés).

De estos muertos, unos 5.600 cadáveres estaban al finalizar la guerra desaparecidos. Nueve años después se han recuperado unos 2.700. La mayoría, en fosas comunes repartidas por todo Kosovo, que variaban entre unas cuantas decenas de muertos, y que se han encontrado por casualidad en su mayoría, con la construcción de una casa, en un campo de cultivo....

Sin embargo, con la entrada de las tropas de la OTAN tras los bombardeos, el Ejército serbio, en un burdo intento de eliminar pruebas de las matanzas, desenterró varias fosas y se llevó los cuerpos al otro lado de la frontera de la ahora ex provincia, motivo por el cual ahora se encuentran restos de personas en varios sitios distintos.

Un número nada simbólico, según explica Gërxhauliu, que en 2002 se trajo de vuelta desde Belgrado 1.000 cadáveres de albaneses de Kosovo. «Es un trabajo muy emocional», manifiesta el forense, quien asegura que nunca olvidará el primer cuerpo que encontró al abrir una fosa: «Tenía siete años, era una niña, y tenía una bala en la frente. Fue en Batinica».

El perfil del desaparecido ya no es el del soldado, el del guerrillero del UÇK caído en combate. En el caso de Kosovo, como ha ido ocurriendo en la mayoría de guerras de la última década del siglo XX y la primera del XXI, las víctimas de la matanza son civiles, normalmente hombres -desde niños hasta viejos- habitantes de las áreas rurales.

Este era el caso de los 47 familiares del propio Gërxhauliu que fueron masacrados por la Policía serbia durante los bombardeos. Si bien, en Pristina, donde la gran población albanesa le otorgaba cierta seguridad en la ciudad, en las áreas rurales, más desprotegidas, mucha gente huyó en dirección a Macedonia y Albania ante el acoso serbio.

Este era el caso de este medio centenar de personas, que junto a 30 vecinos más huyeron a las montañas, de las que bajaron cuando les dijeron de que la carretera hacia Albania estaba despejada. La información estaba equivocada y en la carretera se encontraron con varios grupos de policías serbios.

Un primer control les robó el dinero, un segundo los vehículos y, finalmente, un tercero los acribilló. En una hora acabaron con 107 albaneses. En un principio desaparecidos, el doctor tuvo que hacer hasta treinta viajes a Petrovo Selo, en Serbia, para recuperar sus restos.

Otra, pero tal vez la historia más terrible sea la de Krushe e Vogel, un pueblo de mujeres y niños donde el cementerio preside la entrada a la comunidad. El 25 de marzo, las tropas serbias, junto con grupos paramilitares, entraron en el pueblo y separaron a las mujeres y las niñas de los hombres y los niños de más de 12 años. Entre las tropas serbias había vecinos de la localidad. Tras expulsar a las mujeres, que se refugiaron en Albania después de un periplo, los soldados encerraron a todos los hombres en un granero y les ametrallaron. Siguiendo un disciplinado plan le prendieron fuego, tras lo que eliminaron los cuerpos aún restantes con cargas explosivas. Con un tractor recogieron las cenizas y los restos de huesos, que se llevaron a Serbia. Por fin, el año pasado, en Krushe e Vogel recuperaron la primera veintena de cuerpos, aunque todavía quedan más de ochenta por aparecer.

«Los cadáveres no tienen etnias»

Los serbios también tienen crudas historias de guerra con familiares cuyos cadáveres aún no han aparecido. En su caso, la cifra se reduce a unas 500 personas en paradero desconocido. «Doce son de mi familia y desaparecieron cuando Solana -en referencia a la KFOR- ya estaba aquí», comenta con dolor Milan Radovic.

Tras el mostrador de su tienda, en Mitrovica, Milan relata cómo un grupo de guerrilleros del UÇK fueron a buscar a su cuñado, un serbokosovar de Pristina, a su casa. Ante la mirada de su mujer e hijos, lo ejecutaron. Más tarde, tres de sus sobrinos, su padre y su tio también encontrarían la muerte durante el conflicto. El tendero es consciente de este hecho por medio de testimonios que presenciaron estas muertes a pesar de que los restos mortales de ninguno hayan sido encontrados. «Nadie ha pagado por ello aunque todo el mundo sabe quién ha sido», añade con indignación en el rostro.

Uno de los problemas de los que se quejan tanto Gërxhauliu como Radovic es la falta de voluntad del Gobierno a la hora de buscar y castigar a los culpables.

Tal como comenta el doctor forense, hasta 2002 su Departamento dependía del Ministerio de Salud y fue ese año cuando pasó a formar parte del de Justicia. «Cuando alguien se muere es un tema de salud obviamente, pero es que en estos casos no era precisamente de muerte natural», subraya con tono sarcástico.

Encontrar cadáveres e identificarlos es la función de la oficina que dirige Arsim y, en este sentido, no hay diferencias, huesos son huesos. Edixon, forense colombiano, no lo podría definir mejor ante el esqueleto, aún con hedor a químicos de uno de los desaparecidos encontrado recientemente. «Los cadáveres no tienen etnias, todos son iguales». No hay más que echar un vistazo sobre la mesa metálica para corroborar sus palabras. El médico latinoamericano señala que en cuanto se sospecha que en alguna fosa común hay cadáveres serbios, enseguida, se avisa al Instituto Forense de Belgrado. Exactamente lo mismo sucede a la inversa. Esta colaboración ha dado en ocasiones resultados sorprendentes. Forenses serbios y albaneses certificaron en una ocasión el hallazgo de 30 cuerpos en una fosa de Kosovo pertenecientes a paramilitares chetniks llegados desde Austria. Durante las guerras balcánicas era frecuente que serbios residentes en el extranjero viajaran como voluntarios a las regiones en conflicto para combatir. Aún más escabroso si cabe resultaban aquellos que el fin de semana formaban un escuadrón de la muerte y el lunes volvían tranquilamente al trabajo a Belgrado.

La cooperación entre ambos institutos forenses es fructífera. No así a nivel político, lo que dificulta las investigaciones. Gërxhauliu lamenta la falta de información respecto a la ubicación de las fosas comunes. Convencido, apunta hacia el Gobierno de Belgrado. «Creo que las autoridades serbias conocen los lugares donde se enterraron cadáveres pero no facilitan información».

Pese a ello, Edixon asegura que en Kosovo el 60% de cadáveres recuperados es todo un éxito, y lo compara con su Colombia natal donde, según dice, se calcula que pueden haber hasta 30.000 desaparecidos. Para hacer más efectiva la búsqueda, la oficina de Arsim ha abierto una línea telefónica confidencial. En funcionamiento las 24 horas, se compromete a resguardar la identidad a cambio de información que pueda servir de ayuda para resolver los casos abiertos. Aún así, reconoce que el proyecto no resulta por el momento satisfactorio.

En la oficina, que a su vez es el Instituto Forense de Kosovo, trabajan tres forenses y un antropólogo. «El trabajo de identificación de un cadáver es muchas veces más de antropología científica que de medicina», asegura Gërxhauliu.

Por otro lado, y a la espera de que se implante la misión de la Unión Europea, cuyos pilares son la seguridad y la justicia, y se sepa de qué nuevos fondos disponen, el laboratorio envía las muestras de ADN de los restos para su identificación a la Comisión Internacional para los Desaparecidos, en Bosnia. Esta institución ha trabajado en trabajos tan complicados como las labores de reconocimiento de los 8.000 muertos en Srebrenica.

La tarea del único forense albanokosovar con titulación homologada por Europa es ardua. No es sólo la búsqueda de los cadáveres, una vez en la oficina cuentan con un grave problema.

«Tengo más de 400 cadáveres en la nevera que no se corresponden con ninguna de las muestras de sangre que donan los familiares para las muestras de ADN». La respuesta es tan sencilla como chocante. Al final de la guerra, se calcula que 2.090 cuerpos fueron enterrados sin autopsia alguna. Familias de desaparecidos que encontraron las fosas donde creían o sabían que estaban los suyos, dieron sepultura a restos de cadáveres sin tan quisiera cerciorarse de su identidad.

«Hay familias que vienen desde hace cinco años a preguntar por su cadáver». El forense, inmiscuido en un trabajo que le permite resarcirse de su propia experiencia personal se muestra pesimista con respecto a la resolución del número de casos todavía abiertos. La oficina no se creó con data de caducidad y asegura con ahínco que «no se cerrará hasta que el último cadáver se haya encontrado». A pesar de ello, la paradoja entre sus sentimientos y la realidad no deja de atormentarle. «Sé que algunos no aparecerán nunca y esto es lo más duro».

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murieron en Kosovo en tan sólo tres meses, según el médico forense y director de la Oficina de la ONU para las Personas Desaparecidas Arsim Gërxhaliu.

La OTAN Iinterviene por  vez primera tras la declaración de independencia

Alrededor de un millar de serbios encolerizados destruyeron ayer dos puestos de control en la frontera entre Serbia y el norte de Kosovo, enclave mayoritario serbio, provocando la primera intervención de la fuerza de la OTAN (Kfor) desde la declaración de independencia del pasado domingo.

Los incidentes estallaron mediada la mañana en los puestos fronterizos de Jarinje y Banja. El servicio policial de Kosovo, formado mayoritariamente por ex militantes de la organización armada UÇK, pidió ayuda a la Kfor. Fuentes de la misión de la ONU aseguraron que participaron en estas acciones serbios que viven en Kosovo y un centenar y medio de serbios llegados del otro lado de la frontera.

Soldados de la OTAN se desplegaron en el sector, en el que los dos puestos de aduanas quedaron completamente calcinados y destrozados.

Un fotógrafo de la agencia serbia Tanjug informó de que miles de serbios de Kosovo atacaron asimismo el puesto aduanero de la misión de la ONU (Minuk) en la localidad cercana de Zubin Potok. Fuentes oficiales no confirmaron ni desmintieron esta última información. GARA

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