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Nuestros vanos sueños de felicidad

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Chejov no es enfático, ni siquiera demasiado explícito. Tal vez por eso nos siga emocionando, porque apenas aguantamos los sermones ni los mítines. Chejov despliega ante nosotros a sus personajes y les deja vivir. No son personajes de una pieza, inmutables; como nosotros, son esencialmente contradictorios, y esto es otro de los motivos de la modernidad de Chejov. Contradicción entre lo que piensan y lo que dicen, entre lo que dicen y lo que hacen. Como nosotros. Chejov no juzga a sus personajes, es duro con ellos, pero busca y hasta parece compadecerles: padecer con.

Los dramas de Chejov son corales, el protagonismo está muy compartido; lo necesita para mostrarnos que nuestras acciones repercuten fatalmente en los demás. Hemingway acuñó la famosa metáfora del iceberg: el relato debe ser esa séptima parte que flota sobre el agua, pero la parte sumergida, la que no vemos, es la importante, la que sostiene a la visible. Las palabras sugieren y ocultan más que lo que muestran. Es más que probable que Hemingway lo aprendiera de Chejov.

El caso es que Chejov sigue llegando a nuestros escenarios una y otra vez. «Tres hermanas», a cargo de la compañía Teatro Gayarre, hoy en el Teatro Barakaldo. «Tío Vania», estrenada hace unos días en Madrid a cargo del CDN. Los dos últimos montajes del argentino Daniel Veronese han sido precisamente sendas versiones de estas dos piezas: «Un hombre que se ahoga» («Tres hermanas») y «Espía a una mujer que se mata» («Tío Vania»). Y frente al tópico de un Chejov lánguido de escenas morosas, Veronese propone un Chejov vertiginoso, personajes incandescentes, diálogos que se cruzan e interrumpen. Y sigue también por esos escenarios «Afterplay»: veinte años después y en un viejo bar se reúnen dos personajes de distintas obras del ruso, dos seres perdidos, la Sonia de «Tío Vania» y el Andrei de «Tres hermanas», prodigiosos Blanca Portillo y Helio Pedregal.

Ayer mismo se estrenó en Madrid «Chejov en el jardín». Seis personas importantes en la vida del dramaturgo aguardan en vano su llegada mientras se van chejovizando. Hace poco, la compañía chilena Teatro en el Blanco representaba «Neva» -obra editada por la editorial Artezblai-. Recién fallecido Chejov, su viuda ensaya con unos compañeros su última obra, «El jardín de los cerezos», en un San Petersburgo en cuyas calles el ejército zarista masacra a los obreros. Va a ser que Chejov es inmarchitable porque proyecta una mirada conmovedora y lúcida y compasiva sobre el fracaso y el ridículo de nuestros vanos sueños de felicidad.

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