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elecciones en estado de excepción

Legislatura marcada por el 11-M

El PP optó por profundizar en el error y levantar castillos en el aire de conspiraciones

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Análisis | Martxelo DÍAZ Iruñea

Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid no sólo marcaron la jornada electoral de hace cuatro años en el Estado español y fueron uno de los factores que contribuyeron a la victoria del PSOE, sino que han sido el eje de la oposición, furibunda, del PP. Sin embargo, en los últimos meses, Mariano Rajoy parece querer desmarcarse de esta estrategia, ya que el PP ha dejado de mencionar la cuestión.

Los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004 -los más cruentos registrados en Europa- y los consiguientes intentos del PP de sembrar la confusión sobre su claramente reivindicada autoría han marcado la legislatura que acaba de concluir en el Estado español.

La ocultación de datos que el Gobierno de José María Aznar realizó en las horas siguientes a los atentados con el indisimulado objetivo de aferrarse a la poltrona -la cúpula policial del momento confirmó en el juicio que el ministro del Interior, Ángel Acebes, supo el mismo 11-M que ETA no tenía nada que ver con la matanza- provocó que en numerosas ciudades se realizasen concentraciones para denunciar la manipulación que el PP estaba llevando a cabo.

Una de las más destacadas fue la que se produjo en la calle Génova de Madrid, donde miles de personas, convocadas por SMS e internet, corearon consignas como «¿Quién ha sido?» reclamando información antes de ir a votar. Pero también se registraron en otras partes del Estado. Se trataba de una movilización excepcional en una sociedad aletargada, pero que respondía a una no menos excepcional manipulación ante una tremenda desgracia con más de 200 muertos.

Además de acabar con las aspiraciones de Aznar de retirarse en la Presidencia de la Comisión Europea, el PP perdió unas elecciones que daba por ganadas pese a que en la sociedad del Estado español levantaban ampollas decisiones como la participación en la invasión de Irak o el caudillismo aznariano de la mayoría absoluta.

Por eso, la digestión de la derrota electoral fue dura y amarga. Y prolongada, porque cuatro años después aún no ha terminado.

Así, antes de plantearse cualquier autocrítica en sus posiciones, el PP optó por profundizar en el error y levantar castillos en el aire de conspiraciones en las que estaban implicados, todos juntos, al-Qaeda, el PSOE y ETA para derrocar al sucesor de Aznar y romper la sacrosanta unidad de la católica España.

En este camino, que le ha llevado cada vez a posiciones más a a la derecha -si es que el PP estuvo alguna vez en el centro- a Mariano Rajoy no le han faltado aliados mediáticos, como «El Mundo» de Pedro José Ramírez, la COPE de Federico Jiménez Losantos o el Telemadrid de Esperanza Aguirre.

Ha sido una huida hacia adelante en la que han sido capaces de negar la evidencia y llegar al esperpento. Cuando se estaba juzgando a los responsables de los atentados, a mediados de 2007, y era evidente la autoría de al-Qaeda, el PP seguía a lo suyo, quemando de paso a un peón como Jaime Ignacio del Burgo, que ha abandonado la política activa por la puerta de atrás.

Sin embargo, en los últimos meses, el PP ha echado el freno. Ya nadie habla del 11-M. Han buscado otros temas: la crisis económica -que no sufren directamente ni Mariano Rajoy ni el oligarca Manuel Pizarro- y la negociación con ETA, junto con otros más «campañeros» como los artistas que apoyan a ZP o el color de la mesa del debate en televisión.

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