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elecciones en estado de excepción

«No negociarás», el primer mandamiento del candidato

Negar que se vaya a negociar con ETA forma parte del manual del candidato español. Un manual que caduca el día de las elecciones. A partir de ahí, sólo Zapatero y Rajoy saben qué piensan hacer. O quizás ni siquiera ellos lo sepan... El Estado y ETA tendrán que llegar a un acuerdo algún día. Es evidente. Pero la cuestión crucial y que mantiene bloqueada la salida no es ésa, sino la falta de voluntad para abordar la esencia política. Y ahí ni Rajoy ni Zapatero tienen oferta alguna.

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 Análisis | Ramón SOLA

Zapatero y Rajoy compiten en énfasis a la hora de negar que vayan a negociar con ETA. Nada nuevo. Lo mismo hicieron Zapatero y Aznar en 2004, Aznar y Almunia en 2000, Aznar y González en 1996 y 1993... Negarlo es el primer mandamiento del manual del candidato a La Moncloa. Pero lo grave no es eso, sino que ninguno tiene nada que decir frente al problema político candente, como quedó claro el lunes.

Uno de los axiomas de cualquier candidato a la Presidencia del Gobierno español que se precie, y que quiera ganar las elecciones, es dejar muy claro a sus conciudadanos durante la campaña electoral que él nunca negociará con ETA. Que ni siquiera hablará con ella. Que eso, en todo caso, lo hará el rival. Si a alguien le ha sorprendido el énfasis puesto por José Luis Rodríguez Zapatero y por Mariano Rajoy para asegurar que esa puerta está cerrada con candado, puede ir a la hemeroteca y encontrará antecedentes sobrados, con palabras casi idénticas a la suyas.

Lo hizo, por ejemplo, Felipe González en 1989. Sus enviados acaban de sentarse por vez primera de modo oficial con ETA, en Argel. No hubo acuerdo. Así que, en vísperas de aquellas elecciones que traerían su tercera victoria electoral, González renegó de sí mismo. En una entrevista en ``Le Figaro'', descartó cualquier posibilidad de diálogo y culpó a ETA de haber perdido la última oportunidad: «Las fuerzas políticas españolas han dado prueba de generosidad para buscar una solución que permitiera el retorno a la vida normal para personas que hubieran participado en la violencia». El líder del PSOE añadió otra cuestión que también se ha convertido ya en tópico con el paso de los años: que después de aquel intento el Estado estaba mejor y ETA, peor.

Por aquel entonces (1990), el secretario general del PSE, Ramón Jáuregui, hacía unas declaraciones que parecen detener el reloj del tiempo, porque podría haberlas pronunciado hoy mismo como cabeza de lista del PSOE en Araba: «La vía del diálogo es el final de un proceso de rendición de ETA. De nuevo se ha impuesto la lógica militarista, para lanzar una nueva campaña de reivindicación de negociación política con el Gobierno. Con este esquema no hay nada que hacer. Hay un cansancio en el entramado sociológico del te- rrorismo. Su soledad internacional, la marginación social que sufren en Euskadi y la unidad del bloque democrático hacen resurgir la liturgia del victimismo de HB».

Cuatro años después, González acudiría a las urnas con el mismo latiguillo: «No va a haber ninguna negociación política de ninguna manera con los terroristas». Su pujante rival, José María Aznar, lo ponía en duda, pero por si acaso él también hacía su propia profesión de fe antinegociación: «Espero y deseo que no se produzca ningún tipo de negociación con ETA. Es aberrante e incomprensible». Ambos lograron, eso sí, dejar el tema al margen de la agenda de campaña. En los dos debates públicos realizados ante las cámaras de televisión en 1993, los últimos hasta el de anteayer, no se produjo referencia alguna a la cuestión.

Llegó 1996, y volvió a escucharse otro tanto. Pese a tener abierta una vía de diálogo a través del Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, González entró en campaña des- cartando cualquier negociación y asegurando que «mientras no haya cese de violencia, no habrá diálogo». Y Aznar, a punto de llegar a La Moncloa, patentaba otro eslogan duro: «Conmigo no habrá atajos: ni el de la negociación ni el de los GAL».

En 2000 se reproduciría la misma pugna verbal por decir más alto y más claro que el rival que no habría negociación. El candidato frustrado del PSOE, Joaquín Almunia, afirmaba en un mitin en el Palacio Euskalduna de Bilbo que «no hay diálogo con una organización terrorista, con tregua o sin tregua. Tienen que desaparecer». Aznar, con la continuidad en el poder en el bolsillo y la experiencia de haberse sentado tanto con ETA como con HB, había atemperado un tanto su posición, pero sin cambiar el fondo del mensaje: «Aprovecharé todas las oportunidades para que desaparezca el terrorismo en España. Pero terminar con el terrorismo sobre la base de darle la razón... yo creo que es un ataque a la inteligencia y al sentido común».

2004. Más de lo mismo. Aznar aseguraría que en realidad en 1999 él no negoció con ETA, sino que sólo quiso ver sus intenciones. Y Zapatero le adelantaría por la derecha en contundencia: «Yo no tengo que decir que negocié, como negoció el PP. Yo no. Yo ni he negociado con ETA, ni he negociado ni pactado con el PNV. Yo sólo he pactado con el Gobierno para acabar con ETA. Ésa es mi trayectoria».

No hay nada nuevo, por tanto, en 2008. Nada sorprendente. Negar que se va a negociar con ETA forma parte del manual del candidato español. Un manual que caduca el día en que gana las elecciones. A partir de ahí, probablemente sólo Zapatero y Rajoy saben qué es lo que piensan hacer. O quizás ni siquiera ellos lo sepan...

Pero el debate PSOE-PP sobre la negociación con ETA tiene mucho de señuelo también en otro sentido. Aunque monopolice los discursos de los dos candidatos sobre Euskal Herria, se trata de una cuestión que no es la esencial. El Estado español y la organización armada vasca tendrán un día que llegar a un acuerdo sobre las excarcelaciones de presos, la vuelta de los exiliados o el desarme bilateral. Eso es evidente para cualquiera. Pero la cuestión crucial y que mantiene bloqueada la salida no es ésa, sino otra previa: la falta de voluntad para abordar la esencia política del conflicto. Y por eso es especialmente grave que ni PP ni PSOE tengan nada que decir al respecto. Ni Rajoy ni Zapatero tienen oferta alguna para demandas como el derecho a decidir, claramente mayoritarias ya para la ciudadanía vasca, como quedó de manifiesto en el debate televisivo.

El Gobierno español no tendría que negociar con ETA cuestiones como la autodeterminación o la territorialidad. Ni si- quiera con Batasuna. Ni con Ibarretxe. Le bastaría con levantar el veto de la Constitución sobre el derecho a decidir de los vascos y contribuir a revertir la partición de Euskal Herria impuesta hace tres décadas frente a la opinión social mayoritaria. Tan fácil y tan difícil. Por eso prefieren hablar de la negociación con ETA. O, mejor dicho, de la no-negociación.

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