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Pablo Antoñana escritor

Números

El escritor navarro Pablo Antoñana realiza un bonito ejercicio literario tomando como excusa los números. Números expuestos en estadísticas que dicen representar a personas pero que realmente no lo hacen. Números que resurgen cuando se trata de pedir su voto. Por eso Antoñana llama «a los números encasillados a vestirse del hombre que no fueron, arrancar la etiqueta con su guarismo infame y gritar, pedir lo que se os quitó, la dignidad, recobrar lo que queda de la conciencia deshuesada».

Siempre se nos ha dicho que el hombre, ese enigma, se compone de cuerpo, carne, huesos y ternillas y alma, ese inquieto pájaro cautivo entre pecho y espalda. Del cuerpo se sabe, por el dolor, el padecimiento, la angustia, del alma muy poco pues si se le presume definible se le estima como acopio de sueños rotos, desaliento, soledad, estuche de lo íntimo ocultado. que viene a ser lo que no puede ser exhibido, las ondarras del corazón herido, de lo traicionero.

Hoy tentado por el hervidero loco que es el pensamiento me ha dado por cavilar y me figuro, a pesar de los pesares, y las elucubraciones de la gente que tiene al «ocio fecundo» como patrimonio, el hombre es un número de estadística. Aceptémoslo sin remilgos, dejemos a un costado del camino lo de «alma a salvar», y otras fruslerías, pues nos han convertido, quienes nos mandan, únicamente números. Cada hombre un número en su casilla o cajetín, dispuestos a ser contados en cualquier momento o circunstancia oportuna.

La estadística es la ciencia de contar y a cada uno de nosotros se nos dio un guarismo contable, a lo más un logotipo, en cuyo anonimato vivimos. Somos número sujeto a disciplina aritmética, que vino a este mundo a cumplir rigurosamente las funciones fisiológicas elementales y poco más, y con éstas cumplidas se nos otorgó el provecho de la felicidad, algo que no existe, pero en algo hay que creer.

Y cómo número que somos paso a dar cuenta de algunas oportunidades en que se nos considera.

El departamento que cada semana, y como parte de guerra, da cuenta de los fallecidos en carretera en carrera precipitada hacia la muerte, como si tuviesen prisa en morir entre hierros retorcidos, gritos y aspavientos, al instante difuntos cubiertos con una manta, como obscena carga y que sirve a quien le cogió de paso para pregonar su condición de testigo y transmitir en relato cruel de cuanto vio.

Otros de esos números son los reseñados en las oficinas estatales, de gente que, estos días de convulsión y en redada de rebaño a estabular, entran en la cárcel de diez en diez, doscientos incomunicados, setecientos cincuenta con cargos. Hay prisa en ejercitar la caza del hombre, y no sabemos cuando acabará, si es que acaba.

Números rojos. Los hipotecados por cuarenta o cincuenta años, hijos o nietos de quienes corrieron ante los grises, qué tiempos si parecen remotos y fue ayer mismo, cantaron con rabia, a pleno pulmón la internacional, «parias del mundo, uníos». Atraídos por la comodidad llenaron sus hogares, pago a cuenta, no de sueños reivindicativos, exigencias pendientes, sino de artilugios señuelo: lavavajillas, tostadores, un coche, una casa en el pueblo, cosas superfluas compradas al fiado. Sabios procedimientos-narcosis, eficaces para inocular el sopor y letargo con que hacer del hombre un número, la sociedad adormecida, en manos ajenas sus destinos. Y los bancos, los que suman los números rojos, saldan sus balances de fin de año con pingües cosechas de números, y hay gran gozo pues la economía va bien.

Los que tienen derecho al voto. Números expuestos al público, pregonados esta vez con nombre y apellidos, y parece haber sido restituidos a su condición de hombre, rescatados. Como bichitos sorprendidos en la celdilla de su casa, visitados por gente de manos sin callos, agasajos, trátame de tú, el buscador de votos, que no se pierda ni uno, y no hay habitación manchada de sombras y olor a cocina que no sea visitada, y en eficaz rebusca, se vuelve a insistir en quien duda, promesas mentidas, mentiras nuevas, espigueo de votos, que ahora sí, ahora, al menos por unos días, mientras se buscan y rebuscan, tienen nombre, son números vestidos de hombre, y pasada la circunstancia, «votó», que los sacó del olvido, volverán a residir en su cajetín donde se hospedan los números, que ya han dejado de ser hombres. Y mujeres, pido perdón, a los de «los vascos y las vascas».

Los soldados alineados para marcar el paso, bota, zapato, qué son sino números a contar, la compañía, el batallón, componen unidades de combate en que sólo cuenta el número, que luego se cobija pajo el epígrafe de «bajas», y la subdivisión de muertos, heridos, desaparecidos, recordados en la orden del día.

El número no piensa, es una ficción, el hombre convertido en número es simplemente la reducción de todo cuanto se ha dicho por gente ilustrada durante siglos en una figurita minúscula, que figura en los estadillos.

España, dicen, que, según las estadísticas cuenta con 45 millones de católicos, contados al parecer a ojo, cuando debiera decir «bautizados», que no es lo mismo, pues de los cuales sólo el 11 por ciento va a misa, y muchos menos los que ponen la crucecita en la declaración de la renta.

El número no piensa, sólo cuenta y el poder, tiene mucho interés en hacer del hombre un número, y lo hace, le descuaja el alma, ciega la conciencia, y una y otra, ya es de otros, de quienes desde la infancia, la troquelaron gusto y capricho. Es que un hombre, vasija de sueños, aunque sean utópicos, es mucho para quien nos manda. La política, el fútbol, la religión todavía, la patria, son «instintos» (El Roto), es decir números.

Ytodo esto a qué viene, se preguntará el «curioso lector» y contesto de corrido, a nada, asumamos la condición de número, contados para sus cálculos y provecho, por quienes nos mandan, todo seguirá igual, las mismas banderas, las mismas cifras de hombres contados, como ovejas en el pasto, participantes en un manifestación, el mismo de parados, de viudas de cuatrocientos euros al mes, de tienda en tienda, a la busca del mejor precio.

De paso invito a los números encasillados a vestirse del hombre que no fueron, arrancar la etiqueta con su guarismo infame y gritar, pedir lo que se os quitó, la dignidad, recobrar lo que queda de la conciencia deshuesada, arriba. Números otra vez vestidos de hombre, muertos sin nombre, que os dejen fumar en los talleres, oficinas y otros sitios cerrados, pintar las paredes con vuestras frustradas reivindicaciones, poner banderas y pancartas que la ordenanza niega, colgarlas de los balcones, manchad a la brocha gorda, si no hay mas remedio ni os dan otro sitio, los bancos, árboles, de lo que llaman el patrimonio publico, con vuestra voz. Que sepan, quienes nos mandan, que habéis resucitado, y ya no sois números a contar. Abandonar el desaliento, números dormidos en los cajetines de la estadística, millones y millones de muertos. No os animo a la insurrección, no, soy otro número a la busca y captura, otro muerto insepulto, buscado estos días para votar.

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