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Acción de campesinas en Brasil

Balas de papel contra los recursos y la vida de las comunidades rurales

 El 4 de marzo, más de 800 mujeres de Vía Campesina Brasil invadieron la Fazenda Tarumã, en el Río Grande do Sul, Brasil, una hacienda dedicada al monocultivo de árboles para la papelera sueco-finlandesa Stora Enso, una de las más grandes del mundo.

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Silvia RIBEIRO Investigadora del Grupo ETC

La entrada de 800 mujeres de Vía Campesina Brasil en un hacienda dedicada al monocultivo de árboles para una multinacional papelera muestra, según la autora, lo que esconden grandes proyectos dirigidos a aumentar el beneficio a costa de recursos naturales y formas de vida

Desde la mañana, comenzaron a arrancar eucaliptos y plantar árboles nativos en protesta por el avance vertiginoso de estos «desiertos verdes». La gobernadora del estado, Yeda Crusius, rápida en defender los intereses de la empresa, envió a la Brigada Militar, que con lujo de violencia y disparando balas de goma contra las ocupantes, hirió a más de 50 personas y detuvo a la mayoría, que fueron encerradas en un estadio deportivo.

La gobernadora tiene intereses propios en esta salvaje acción, ya que las principales papeleras que están haciendo estragos plantando miles de hectáreas de monocultivos en el estado (Aracruz Celulosa, Stora Enso y Votorantin Papel y Celulosa) han realizado «contribuciones» a su gobierno por más de 300 millones de dólares, según denunció el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), basado en documentos públicos del Tribunal Superior Electoral de ese país.

Vía Campesina Brasil había denunciado que esta propiedad era ilegal, al encontrarse dentro de los 150 kilómetros de la frontera con Uruguay. Según la ley brasilera, los extranjeros no pueden poseer tierras en esta franja fronteriza. Stora Enso intentó hacer la compra a través de su subsidiaria Derflin, pero le fue denegado justamente por ser extranjera. Creó una empresa fachada, la agropecuaria Azenglever, de propiedad de los brasileños João Fernando Borges y Otávio Pontes (director forestal y vicepresidente de Stora Enso para América Latina), dos de los mayores latifundistas del Estado. Azenglever ya posee cerca de 50 haciendas y más de 45,000 hectáreas, pero pretende extender sus plantaciones a 100,000 hectáreas.

Como declaran las mujeres de Vía Campesina «nuestra acción es legítima, Stora Enso es la ilegal. Plantar este desierto verde en la faja fronteriza es un crimen contra la ley de nuestro país, contra el ecosistema y contra la soberanía alimentaria de nuestro estado que cada vez tiene menos tierras para producir alimentos». Explican que, aunque han denunciado repetidamente esta situación de evidente abuso legal, las autoridades no actúan en consecuencia. Esta acción forma parte de una multiplicidad de protestas realizadas por mujeres de Vía Campesina de todo Brasil en el marco del 8 de marzo, día mundial de las mujeres, contra monocultivos de árboles y caña de azúcar, contra la liberación de maíz transgénico y otras políticas de las multinacionales.

En 2006, cientos de mujeres invadieron una plantación de la empresa Aracruz para denunciar la situación de atropellos que practican estas empresas, que en varias partes del país han desplazado a miles de integrantes de comunidades indígenas, campesinas y quilombolas, directamente o a través de la contaminación de agua y suelo que provocan por el alto uso de agrotóxicos y a la eliminación de muchos recursos forestales, de fauna y flora.

Arguyen las empresas y gobiernos que las apoyan, para justificar este modelo de enormes monocultivos de árboles que avanza como un cáncer en muchos países del tercer mundo arrasando comunidades y ecosistemas, la «necesidad» de producir celulosa para la demanda creciente de papel. Ahora se suma también el empuje de esos monocultivos como materia prima de agrocombustibles. En ambos casos, subyace la amenaza de las empresas de que para producir más es necesario usar árboles transgénicos.

Según Chris Lang e informes difundidos por el Movimiento Mundial de Bosques, el consumo global de papel por cabeza en 1961, era de 25 kilogramos, mientras que en 2005 había saltado a 54 kilos. Estas cifras ocultan que mientras los países industrializados del Norte consu- men un promedio de 125 kilos por persona, en los países del Sur apenas llega a 20 kilos por persona. También el promedio en los países del Norte oculta desigualdades: Finlandia (el mayor consumidor de papel per cápita en el mundo) consume 334 kilos por persona, EEUU, 312 y Japón, 250. En China, el consumo de papel por persona en 1960 era de cuatro kilos y en 2005 alcazaba 44 kilos. Pero la mayor parte del papel utilizado en China se usa en embalajes de productos que se exportan al resto del mundo, principalmente Europa, Japón y América del Norte.

Justamente, la mayor parte del consumo global de papel se va en propaganda y en embalajes, cuyo uso se proyectó exponencialmente tanto por la dislocación de las producciones que antes eran locales, como por el avance avasallador de las ventas directas al consumidor en grandes supermercados, desplazando formas más directas de relación productor-consumidor a nivel local.

Por esto, la protesta de las mujeres de Vía Campesina de ninguna manera es un acto local, sino que muestra al mundo lo que está oculto detrás de estos proyectos absurdamente llamados «forestación», diseñados para aumentar las ganancias de grandes multinacionales a costa de los recursos y la vida de las comunidades rurales.

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