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Paulo Gaiger Actor y director teatral

La función social del teatro

La dimensión estética de la obra teatral es la que puede lograr tocar el corazón de la gente, abrir los ojos del espectador, mover a la persona de su superficialidad. Cuando la estética está ausente, inmersa o sojuzgada al discurso, ya no es arte, sino una predicación

El teatro, a través de sus diversos géneros y formas, reflexiona y busca comprender la complejidad, las diferentes realidades, las idas y venidas de la trayectoria humana. Investiga y revela aquello que es invisible a la rutina, que pasa inadvertidamente o es considerado «normal». El teatro provoca, punza, disloca, desencaja, sensibiliza.

Arte o propaganda. Sin embargo, esto no es lo mismo que determinar caminos para las diferentes realidades, como si el teatro tuviera en sí mismo la capacidad transformadora. Un equívoco tremendo: son las personas las que poseen esta aptitud. Al teatro concierne proponer interrogantes cuyas respuestas son imprevisibles y toca a la gente cavilar si se siente llamada por la obra. El teatro panfletario, mensajero y denominado «comprometido» suele quitar del espectador el derecho a la reflexión al diseñar un cuadro cerrado. Así, él pierde su condición de arte y pasa a ser rencorosa e insignificante doctrina. Lo mismo a veces pasa con el «teatro comercial». Ambos conforman la cara y la cruz de la misma materia: la misma alienación o prepotencia que ignora o aparentemente denuncia.

Nadie debe extrañar los gobiernos comunistas que condicionaron y redujeron el teatro a instrumento de propaganda; nadie debe admirar al capitalismo que condiciona y reduce el teatro a consumo y pasatiempo. El arte agoniza bajo los pies de tiranías mellizas.

La dimensión estética de la obra teatral es la que puede lograr tocar el corazón de la gente, abrir los ojos del espectador, mover a la persona de su superficialidad. Cuando la estética está ausente, inmersa o sojuzgada al discurso, ya no es arte, sino una predicación: la iniquidad y la estrechez se encuentran a porrillo en el teatro. Solamente la estética crea lazos fecundos, solamente la belleza impele a la reflexión profunda.

Matices humanos. El teatro conlleva aspectos que rebasarían los ensayos y el escenario si fuesen percibidos y asimilados por actores y actrices: el trabajo y espíritu de grupo, el aprendizaje democrático, la tolerancia, la creatividad, la solidaridad, la disciplina, la responsabilidad, la visión crítica, la sensibilidad, entre otros. El traslado de estos aspectos a la vida diaria de cada uno puede originar otro matiz humano y generoso.

Los actores que representaron «Hamlet» son muchísimos. Sin embargo, son pocos los que se propusieron aprender con el personaje. El príncipe danés no es un muchacho que busca modos de vengar el asesinato de su padre. «Hamlet» es la profunda discusión ética sobre la decisión y la responsabilidad. Muchas actrices hicieron de Medea. Sin embargo, el personaje de Eurípedes no es una mujer enfadada con Jasón. Ella incorpora la ira y la furia por encima de cualquier límite. Prefiere la venganza a la justicia. No desea nada para sí, sino la infelicidad del otro. El sufrimiento ajeno es causa de su satisfacción. Tiempos de bestias y de terror. Al comprender lo que hacen, al permitirse aprender con los personajes, actores y actrices redimensionan el potencial del arte dramático y su conducta ciudadana.

El egoísmo, el desprecio, la alienación, la codicia, la explotación, la violencia, el autoritarismo, la cobardía, la discriminación, el prejuicio, la pobreza económica y anímica sellan una realidad inhumana y tiránica de detención o retroceso.

No hay sentido de vida sin el sentido hacia el bien de todos. Vivir es vivir con y para los otros. Todo aquel que no tiene esta mirada traiciónase a sí mismo, a la condición humana y a la evolución ética. El teatro y la función social que le es inherente emergen cuando existe coherencia, cuando existe una propuesta estética y búsqueda de belleza, cuando hay conciencia de lo que se hace.

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