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Análisis | Resistencia en Afganistán

Una nueva primavera afgana

 La primavera suele ser la estación propicia para intensificar la guerra en Afganistán. El final del duro invierno da paso a unos meses donde las condiciones son idóneas para el movimiento de los grupos rebeldes y para el transporte de su material armado.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional

El autor augura una nueva estrategia y un incremento de los ataques de la resistencia talibán contra las tropas invasoras lideradas por Estados Unidos y sus aliados locales. Una «ola de calor» similar a la de otras primaveras en Afganistán pero con un aumento de la temperatura.

El ataque del pasado domingo, que algunos analistas no han dudado en calificar como «audaz», parece ser un claro síntoma de una nueva fase en la resistencia afgana. Nadie duda de que con la llegada de la primavera asistamos a una nueva ofensiva de la red que conforman las diferentes organizaciones armadas que pretenden expulsar a las tropas de ocupación y derrocar al Gobierno de Karzai. En esta ocasión, parece que a los ataques suicidas y con coches bomba se van a sumar acciones contra importantes figuras del Ejecutivo, así como contra la principal línea de abastecimiento para las tropas de la OTAN, que pasa por la frontera con Pakistán.

El atentado de Kabul ha servido, además, para mostrar que la mayor parte del país es campo de batalla y que la influencia de la oposición está en todas partes, más allá de su bastión en el sur. Su capacidad para sortear hasta dieciocho controles de seguridad, en un acto preparado con antelación y minuciosidad por parte de Karzai y sus aliados, y acercarse a escasos quinientos metros del presidente, de importantes parlamentarios y cargos políticos, así como de la propia representación de la OTAN, pone de manifiesto la determinación de la resistencia de lanzar «ataques precisos contra objetivos de renombre». Si en enero el ataque contra el hotel Serena ya apuntaba en esa dirección, el atentado del domingo refuerza las citadas tesis.

La otra pata de los ataques talibán, la obstrucción de las líneas de abastecimiento que la alianza occidental mantiene a través de Pakistán, sobre todo en la región tribal de Khyber, por donde debe pasar cerca del 70% de dicho aprovisionamiento material, también se ha evidenciado. Así, el ataque y destrucción, el 24 de marzo, de veinte camiones cisterna que transportaban gas en Torkham, seguido de la voladura de un puente en la carretera Indus el 1 de abril, ha obligado a la OTAN a negociar con Rusia una ruta alternativa para proveer a sus tropas, aunque Moscú tan sólo permitirá el paso de material no militar y el tiempo necesario para llegar a Afganistán se verá sensiblemente incrementado.

Se han producido también estos meses algunos reveses en las filas de la resistencia afgana. La deserción de un aliado en la zona fronteriza con Pakistán ha obligado a los talibán a medir con cautela sus alianzas en algunas regiones y evitar un desgaste o un posicionamiento hostil en esas zonas. Para contrarrestar esto, se busca la colaboración puntual con los llamados «talibán pakistaníes». Aunque con objetivos diferentes, ambas buscan el cambio de sistema en sus respectivos países.

Pese a todo, fuentes próximas a los talibán han señalado a diferentes medios de comunicación de la región que para mayo, un número importante de sus tropas estarán desplazadas en Afganistán, y sin duda, los meses de mayo y junio serán «muy calientes para los ocupantes».

Además cuentan con un importante apoyo de la población local, cansada de promesas incumplidas desde Kabul, de ataques indiscriminados de las tropas extranjeras y de un senti- miento de inestabilidad al que las fuerzas talibán parecen poner fin. Así se deduce al menos de las declaraciones de habitantes de zonas controladas por las fuerzas de la resistencia afgana. Esas mismas fuentes señalan que la forma de operar de estas fuerzas en relación a la población viene siendo muy similar a los días previos al triunfo talibán de hace algunos años, con «un sistema administrativo paralelo al Gobierno central y funcionando como un Estado dentro del propio Estado, cubriendo el vacío de Kabul».

Las fuerzas de la coalición liderada por EEUU, por su parte, están inmersas en una compleja balanza a la hora de diseñar su estrategia. Más allá de algunas declaraciones frívolas, negando cualquier capacidad de acción a los rebeldes afganos, los analistas militares de la coalición buscan frenar la sangría de las mal llamadas «víctimas colaterales», que no hacen sino aumentar los apoyos a la resistencia, ante el rechazo que generan en la población local los bombardeos indiscriminados. Además de emprender operaciones más pe- queñas, han puesto en marcha una campaña para restar apoyo a los talibán, sobre todo en zonas tribales y fronterizas de Pakistán. Esta partida del nuevo Gran Juego les ha dado algunos frutos, pero la reacción de los talibán contra quienes colaboran no se ha hecho esperar y varios jefes tribales tachados de colaboracionistas han muerto recientemente en dos atentados.

Siendo la coalición occidental consciente de la necesidad de ampliar sus efectivos militares para mantener la campaña contra una resistencia cada día más audaz y mejor preparada, la mayoría de países que la integran no se muestra dispuesta a incrementar su despliegue. Por otra parte, otro factor que afecta fundamentalmente a los militares estadounidenses y que también juega en contra de las tropas de la OTAN es el alto número de muertos en sus filas, además de los heridos y «afectados por la guerra» que deben abandonar Afganistán.

Cabría señalar, asimismo, otro escenario de confrontación de intereses que pasa bastante desapercibido a los medios occidentales. El pulso que, camuflado o no, mantienen India y Pakistán por hacerse con la influencia sobre el Gobierno actual o futuro es también un importante síntoma de inesta- bilidad. De momento, India y el Gobierno de Karzai han estrechado lazos, lo que ha permitido a la primera tener hasta cuatro consulados y una embajada en el país, y participar en el fallido proyecto de reconstrucción de Afganistán. Por su parte, Karzai ha tensado la cuerda con su vecino pakistaní, pidiendo a la OTAN que cesen sus ataques contra la población afgana y centren sus esfuerzos en acabar con el «santuario pakistaní».

Las alianzas y enfrentamientos internacionales, regionales y locales son una característica de la historia de Afganistán. El diseño de lo que se denominó Gran Juego parece tener continuidad en nuestros días. De momento todos los esfuerzos por acabar con la resistencia afgana y estabilizar la situación han resultado un sonoro fracaso. Los clanes y tribus, importantes sectores de población que se sienten agraviados por la actuación extranjera o del Gobierno local, al que ven como un mero títere de los primeros, traficantes de drogas, cada vez mayores segmentos de la juventud abocados al paro, e incluso los oportunistas de turno, conforman una realidad muy compleja, cuyo dinamismo impide prever soluciones a corto o medio plazo.

Los intentos mediadores y negociadores se han visto obstaculizados por intereses ligados a esa misma realidad, y el panorama que se avecina para los próximos meses es muy similar al que ya ha vivido Afganistán en las recientes primaveras, aunque, como dicen algunos, este año la temperatura seguirá aumentando, y los primeros que pueden sufrir esa «ola de calor» serán las tropas lideradas por EEUU y sus aliados locales.

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