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60 años de la Nakba Palestina

Israel, un estado en conflicto permanente

Sesenta años después de la creación del Estado de Israel, caracterizada por la expulsión de 750.000 palestinos y la apropiación de territorios que no le correspondían en el Plan de Partición de la ONU, la entidad sionista sigue siendo el principal factor que convulsiona Oriente Medio. Además de la represión contra los palestinos, Israel mantiene conflictos con Siria, Líbano e Irán y es una sociedad con profundas contradicciones internas.

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Martxelo DÍAZ

Las cifras que sigue provocando la ocupación sionista de Palestina continúan siendo trágicas: 4.500.000 refugiados en 58 campos, 12.000 presos políticos, un Muro de separación que convierte en ghetto a las ciudades de Cisjordania y un bloqueo que ha provocado que Gaza sea una prisión.

Mientras los palestinos conmemoran hoy la Nakba, la catástrofe que supuso para ellos la instauración de Israel, los israelíes celebran los 60 años de su estado en medio de festejos con gran boato y fuegos artificiales, aunque la versión oficial sionista no deja de señalar que, según la tradición religiosa judía, hace 4.000 años el patriarca Abraham se instaló en tierras de Hebrón.

La historia de los 60 años del Estado de Israel es una sucesión de ataques a los derechos del pueblo palestino: 1948, la Nakba; 1967, la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén (además de los altos del Golán y la península del Sinaí); 1982, invasión de Líbano para atacar las bases de la OLP y provocar las masacres de los campos de Sabra y Chatilah; 1993, establecimiento del actual sistema de «autonomía» en Gaza y Cisjordania, que estableció una serie de bantustanes similares a los de la Sudáfrica del apartheid; 2002, construcción del Muro de separación en Cisjordania; 2006, bloqueo de Gaza tras el triunfo electoral de Hamas, ...

Israel es, como ha definido el profesor de la UNED Agustín Velloso, «un portaaviones de EEUU anclado en Oriente Medio». Es decir, una avanzadilla para defender los intereses de Washington -y también los de la UE- en esa estratégica zona del mundo. De hecho, el denominado «milagro» israelí de haber creado una sociedad occidentalizada y de alto poder adquisitivo «partiendo de la nada» no puede explicarse sin tener en cuenta las ingentes cantidades de ayuda económica de Washington.

Más allá de los acuerdos firmados por Israel con Egipto (1978) y Jordania (1994), el Estado sionista mantiene conflictos abiertos no sólo con los palestinos, sino también con Líbano (mantuvo ocupado el sur del país hasta 2000 y volvió a ser derrotado por Hizbullah en el verano de 2006) y Siria (desde 1967 ocupa los altos del Golán).

También lidera la criminalización del programa nuclear de Irán, aunque paradójicamente es vox populi que Israel ha desarrollado armas nucleares y no las ha declarado, como reveló ya en 1986 el ingeniero Mordechai Vanunu.

De este modo, en estos 60 años, Israel ha llevado al máximo el militarismo. Todos sus habitantes tienen que pasar tres años en el Ejército haciendo el servicio militar, que puede incluir la vigilancia de los checkpoints que tienen que cruzar los palestinos o cualquier otra misión en los territorios ocupados. Se trata, pues, de un Ejército que tiene un Estado más que de un Estado que tiene un Ejército.

Un reciente sondeo publicado por el diario «Haaretz» revela que los israelíes temen más la nuclearización de Irán que la crisis económica, mientras que otra guerra con Líbano es la tercera preocupación.

Efraim Kam, experto israelí en cuestiones de defensa, señala a France Presse cuáles son los principales problemas que tiene actualmente Israel: «la amenaza iraní, la continuidad de la ocupación y la colonización de Cisjordania, la galopante demografía palestina, el crecimiento del poder de Hamas en Gaza y el lanzamiento de cohetes contra el sur de Israel». Muchos frentes abiertos.

Un Estado judío laico

Un Estado judío sólo para judíos. Esta máxima es la base ideológica del sionismo, sobre el que se erigió y se mantiene Israel. Todo aquel que no es judío no tiene derechos políticos y sociales en Israel.

Pero la definición de judío es algo complicado en Israel. Son judíos los ultraortodoxos del barrio Mea Shearim de Jerusalén, que no reconocen al Estado de Israel como el Reino que les prometió Dios. Por tanto, no pagan impuestos y no acuden al omnipresente Ejército.

Pero también son judíos aquellos inmigrantes que abandonaron sus hogares en Rusia, Ucrania y otras repúblicas que formaban la URSS atraídos por las promesas de casa y trabajo tras el desmoronamiento del sistema socialista. Para llegar a la Tierra Prometida sólo pedían tener un abuelo judío, aunque el interesado profesara otra religión. De este modo, llegaron miles de personas que no conocían el hebreo, idioma oficial del Estado de Israel, y cuyas nociones de judaísmo eran escasas. Por ello, en cualquier calle de la parte judía de Jerusalén o en las colonias sionistas de Cisjordania pueden verse carteles escritos en ruso. La propia página web de la Knesset (Parlamento) ha tenido que introducir los caracteres cirílicos del ruso juntos a los hebreos y árabes (idiomas oficiales) y los latinos del inglés.

La política demográfica es una obsesión para Israel, ya que su objetivo es que los palestinos que viven dentro de los territorios de 1948 y que tienen reconocida la «nacionalidad» israelí no superen el 20% de la población para poder mantener el carácter judío del Estado. Para ello, se fomenta la aliyah, la emigración de los judíos de otros países del mundo, aunque no fueran practicantes en sus lugares de origen.

Tras la oleada de judíos centroeuropeos (ashkenazis), norteafricanos y de países árabes (sefardíes y mizrahim) en los primeros años del Estado de Israel, han llegado emigrantes de países tan diversos Rusia, Ucrania, Argentina o Etiopía.

Con estos condicionantes, no es extraño que entre los israelíes exista un conflicto entre religiosos y laicos en ámbitos como la educación, el Ejército, el matrimonio o el divorcio. El sociólogo Menahem Friedman explica a la agencia France Presse que «este conflicto divide a la sociedad israelí, pero sin fracturarla. Con los años, los israelíes han aprendido a vivir con él».

«Por un lado, los religiosos no creen ya en la posibilidad de que se pueda imponer la ley religiosa (halakha) y los laicos han abandonado el sueño de una revolución secular que hiciera tabla rasa de 2.000 años de pasado judío», subraya este profesor de la universidad religiosa Bar Ilan, cercana a Tel Aviv, que constata que los religiosos dominan el ámbito político mientras que los laicos tienen el control de la industria cultural.

De hecho, la literatura, el cine, la música, la vestimenta o la vida nocturna de Tel Aviv reflejan un modo de vida muy alejado de los estrictos preceptos de la tradición judía. Sin embargo, los religiosos «tienen una considerable influencia política gracias a su demografía galopante, hasta el punto de que podría producirse una explosión social», según destaca Friedman.

De hecho, la proporción de alumnos ultraortodoxos en la enseñanza primaria ha pasado del 6,6% en 1948 al 26,5%, mientras que los estudiantes de los yeshivot -los seminarios talmúdicos que preparan a los cuadros ultraortodoxos- suponen ya el 11% de su franja de edad. Ninguno de ellos realiza el servicio militar, lo que es considerado discriminatario por los laicos, que tienen que pasar tres años de sus vidas en el Ejército.

«El sistema actual no puede perdurar», señala otro experto, el filósofo e historiador Moshe Halbertal, de la Universidad Hebrea de Jerusalén. «El potencial explosivo proviene de los dos sectores dominantes entre los religiosos: el sionismo religioso y la ultraortodoxia, ninguno de los cuales acepta los principios básicos de la democracia», añade.

El sionismo religioso se convirtió tras la guerra de los Seis Días de 1967 en la punta de lanza de la colonización de Cisjordania (Judea y Samaria, según la denominación israelí). La muerte del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995 por un ultraortodoxo es el ejemplo más cruento del enfrentamiento entre los dos sectores religiosos.

«Esta corriente está en crisis porque los israelíes no comparten ya su rechazo a renunciar a un solo palmo de la Tierra de Israel bíblica [más extensa que el actual Estado de Israel], pero sigue siendo un gran grupo de presión», mientras las ultraortodoxos, que en el pasado rechazaron constituir un Estado porque no había llegado el Mesías, «siguen viviendo en una especie de exilio interior, pero tienen el peligro de querer cuestionar el actual modo de vida en el momento en el que tengan la fuerza necesaria».

 

 

«Árabes de israel», los excluidos del bienestar del estado judío

Víctimas de tasas de paro y pobreza elevadas, los «árabes de Israel» [los palestinos que viven en los territorios de 1948] viven al margen del crecimiento económico que ha experimentado Israel en estos 60 años.

Estos 1.200.000 palestinos no se han aprovechado de los años de los años de bonanza económica marcados por un crecimiento de hasta el 23,5% anual que ha colocado a Israel entre los veinte países más ricos del mundo.

Más de la mitad de las familias palestinas (54,8%) vivía en 2007 bajo el nivel del umbral de la pobreza (en torno a los 1.000 euros al mes) frente al 48,4% de 2003, según un informe del centro israelí Avda para la igualdad y la justicia social.

En comparación, la media para el conjunto de la población israelí era de 20,5% en el mismo periodo, según cifras oficiales.

Junto a ello, aunque Israel posee la tasa de paro más bajo de los últimos diez años (7,3%), la población árabe tiene tasas del 10,9%.

«El crecimiento sostenido de 2003 a 2007 no beneficia de la misma manera a toda la población israelí, incluidos a los judíos. Pero en la población árabe, se percibe un retroceso económico», declaró a France Presse Shlomo Svirski, director de Avda.

La pobreza de las familias palestinas se explica sobre todo, según Adnan Farès, economista de la asociación Mossawa, por «la falta de oportunidades de empleo en las zonas árabes».

«Las familias árabes viven en regiones en las que las infraestructuras están menos desarrolladas. Hay una necesidad urgente de inversión en escuelas, formación, zonas industriales y transportes públicos para crear empleo», señala.

Según un informe de esta asociación, sólo el 5% del presupuesto anual para desarrollo y el 3% del presupuesto global del Estado de Israel benefician a pueblos palestinos, a pesar de que suponen el 20% de la población.

El Estado sionista, además, se ha negado a proveer de fondos en las grandes ciudades pobladas por palestinos, como Nazaret, donde viven 70.000 personas. Hélene SALLON

 

La visita de Bush para participar en los fastos sionistas evidencia la influencia del Lobby judío

El presidente de EEUU, George Bush, es el principal dirigente extranjero que participa en los fastos organizados por el Estado de Israel para celebrar su 60 aniversario, lo que muestra la influencia que ha tenido el lobby judío de Washington en estas seis décadas.

Organizado en torno a la Liga Antidifamación y AIPAC (American Public Affairs Committee), que se creó hace 50 años, el lobby judío ha dirigido la política de exterior de EEUU en Oriente Medio, siempre en beneficio de Israel, llegando incluso a comprometer los propios intereses de Washington en el área, como denuncian John Mearsheimer y Stephen Walt en su libro «El lobby israelí y la política exterior americana», que ha sido duramente criticado por los integrantes del lobby.

Bush pronunciará mañana un discurso en la sesión especial que celebrará la Knesset (Parlamento), lo que ha provocado las críticas de la Autoridad Palestina, con la que el presidente de EEUU tiene abierto un proceso de «negociación».

«En los momentos en los que recordamos la Nakba, el presidente americano viene a unirse a los israelíes en su celebración de la creación de su estado, olvidando que existe un pueblo palestino que sigue siendo víctima de una injusticia», declaró ayer Azzam al-Ahmad, el portavoz del grupo parlamentario de al-Fatah en el Consejo Legislativo palestino.

Bush participará en los fastos sionistas, pero, en esta ocasión, no viajará a Ramallah, ya que la reunión que mantendrá con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, tendrá lugar en el balneario egipcio de Sharm el-Sheij y no en Palestina.

«No damos la bienvenida a Bush ni a los presidentes hipócritas que quieren agradar al diablo americano», destacó Mahmud al-Zahar, dirigente de Hamas.

Mientras Bush intervenga en la Knesset, en Ramallah se celebrará una manifestación en la que se soltarán 21.915 globos negros que simbolizan los días de sufrimiento que han pasado desde la Nakba. En Jerusalén, el movimiento islamista de los territorios palestinos de 1948 ha convocado otra movilización ante la Knesset.

Nueve diputados palestinos de la Knesset abandonarán la Cámara cuando Bush suba al estrado, «ya que no queremos escucharle porque no le respetamos», según destacó el parlamentario Ahmad Tibi.

Coincidiendo con la llegada de Bush a Tel Aviv, Israel mató a cuatro militantes de Hamas en Gaza. En respuesta, se lanzaron cohetes a Ashkelon. M.D.

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