El estreno cinematográfico de una película de Sokurov es todo un acontecimiento, porque su obra difícilmente sale del circuito de los festivales, siendo un habitual de Cannes. Allí se presentó el pasado año «Aleksandra», película totalmente diferente de «El arca rusa», experimento previo rodado en un único plano-secuencia y que puede ser adquirido en DVD. Tal vez en el fondo las dos realizaciones hablen de lo mismo, de la eterna alma rusa, aunque aquí está plasmado de una forma mucho más sencilla e inmediata. A pesar de la ambientación bélica la guerra no está presente a lo largo del metraje, debido a que este cineasta, considerado el continuador espiritual de Tarkovski, odia el género y toda la violenta espectacularidad que éste implica. Pasa un poco como en su trilogía sobre figuras políticas del siglo XX, constituida por los títulos «Moloch», «Taurus» y «El sol», donde sucesivamente retrataba el lado humano e interiorista de Hitler, Lenin e Hirohito.

Sokurov ha bautizado a la abuela protagonista con el correspondiente femenino de su propio nombre, convirtiendo el Aleksandr Nikolayevich en Aleksandra Nikolaevna. Quiere esto decir que es una extensión de sí mismo, de todos los rusos, independientemente de su sexo. Incluso va más allá, al otorgar al mensaje una intencionada universalidad, puesto que se refiere al conflicto de Chechenia igual que un cineasta norteamericano lo hace al de Irak. La cuestión es que esta mujer acude al cuartel del frente checheno en el que sirve su nieto como soldado del ejército ruso, sin importarle ser la única extraña en un mundo reservado a los hombres, a la vez que se interesa por un país presentado como el teórico enemigo. La cámara sigue atenta su dificultoso caminar, sus gestos de cariño, su resuelta manera de desenvolverse entre militares. Ella se encarga de introducir vida y naturalidad en un entorno demasiado condicionado por la disciplina y las consignas de mando. El papel de tan privilegiada observadora recae en Galina Vishnevskaya, una octogenaria soprano conocida en calidad de celebridad de la ópera y por ser la viuda del gran violonchelista Rostropovitch, quien falleció el pasado año en el momento en el que la película se encontraba ya en su última fase.