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Havel en el País de la Democracia

Josu MONTERO | Periodista y escritor

El gran dramaturgo marxista germano-oriental Heiner Müller ya nos advirtió del problema del teatro -y del arte, en general- en la sociedad capitalista. El sucesor de Brecht en la dirección del Berliner Ensemble, a pesar de ser un intelectual considerado y «respetado» por el gobierno comunista de la República Democrática, no tuvo nada fácil estrenar allí muchas de sus obras; de hecho, estrenó algunas en Europa occidental y en USA. En el «mundo libre» -se hacía más o menos esta reflexión- el teatro no le interesa a nadie; hay libertad para estrenar, pero el teatro no tiene ninguna trascendencia, ya que el capitalismo desactiva su energía crítica. En mi país -seguía reflexionando Müller- el teatro sigue siendo una de las herramientas más capaces para atizar el debate social, el conflicto y la transformación. Hace unos días, el ex director artístico del Arriaga, Lluís Pasqual, advertía de la «peligrosa confusión entre arte y mercado»: «El ocio ha llegado a sustituir al arte. Han entrado en juego elementos perniciosos como las industrias culturales que suponen el triunfo del espíritu de consumo».

Me he acordado del viejo Müller porque el dramaturgo y ex presidente checo Václav Havel acaba de publicar y estrenar en Praga su primera obra tras veinte años de silencio escénico. Y si en algún país el teatro ha jugado un papel central en su historia última, ese ha sido Checoslovaquia. Las primeras críticas al estalinismo en los 60, que desembocaron en la Primavera de Praga del 68, se iniciaron y germinaron en los pequeños teatros de Praga. Igualmente, en 1989, cuando el comunismo real se caía ya de maduro, la Revolución de Terciopelo fue iniciada por los actores en los teatros. Y Havel jugó un papel importante en ambos momentos, amén de convertirse en eso que algunos llaman «conciencia del pueblo».

El teatro de Havel gira casi siempre en torno a la identidad, a la lucha del individuo por preservarla. Hasta ahora había sido el kafkiano poder sin rostro de las dictaduras el que pugnaba por anularla; en «Retirándose», su flamante pieza, el oponente es sin embargo ese monstruo difuso y de mil caras que es la democracia, movida cual marioneta por múltiples poderes. Parece que el héroe de la función tiene toda la pinta de ser un alter ego del propio Havel, quien fue primer presidente electo durante doce años. Pero Havel, no es nada maniqueo, sino más bien cruel y pesimista incluso consigo mismo. Para Havel el teatro debe molestar, transgredir, permanecer al margen, no debe contemporizar con el poder, con ningún poder, y como vemos en su nueva obra, eso, en el capitalismo, resulta ciertamente complicado.

Curiosamente, utiliza la metáfora de Prometeo: su tarea no acaba nunca, habrá de cargar sin fin sobre sus hombros la roca hasta la cima mientras el águila le picotea las entrañas. Curiosamente porque una de las pocas veces que Heiner Müller pisó el Estado español estuvo en Barcelona, nada menos que en el cabaretero El Molino, donde, secundado por Lluís Homar y por el hoy director Heiner Goebbels a la percusión, leyó unos fragmentos de su «Prometeo». Como el héroe mitológico, o el teatro, el ser humano se construye en la pérdida.


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