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INSURGENTE | Ricardo Alarcón de Quesada 2008/6/27

Salvador en la memoria

Mientras Batista barría de un manotazo el Congreso, los tribunales, los partidos políticos y otras instituciones republicanas y lo hacía con el beneplácito y el apoyo material y político del gobierno de Estados Unidos, era difícil imaginar en Cuba que hubiera un lugar donde los revolucionarios podían organizarse, difundir sus doctrinas y prepararse para llegar al poder pacíficamente. (...) aquel Chile, extraño, distante, nos parecía una quimera, un sueño, como tantos otros, irrealizable. En el fondo del sueño alguien que era para nosotros poco más que un nombre asomaba apenas a través de la prensa fuertemente censurada: Salvador Allende. (...)

Pero no fue sino al siguiente año que encontré a Salvador Allende. Fue en Maracay, estado de Aragua, Venezuela.

Quienes se reunían en Maracay bajo la tutela de una experimentada funcionaria del Departamento de Estado formaban lo que entonces denominaban la «izquierda democrática», un abigarrado conjunto de cansados «progresistas», reciclados y cooptados de un modo u otro para una estrategia imperial necesitada de mayor sutileza frente a la insurgencia popular que había derrocado a las dictaduras de Pérez Jiménez y Batista.

(...) Lo encontré en New York -él finalmente Presidente de Chile, yo Embajador en la ONU- donde alzó su voz para demandar solidaridad con su Patria sobre la que ya era evidente la conjura imperialista. Lo visité en Santiago en momentos de tensión cuando los traidores aceitaban sus armas y el gobierno popular debía encarar una conspiración que amenazaba desde todas partes. Me invitó a almorzar en la privacidad de su hogar sin otro testigo que una de sus hijas. Posiblemente, en aquellos días angustiosos, no había en todo Chile alguien más sereno que él. Me describió con rigurosa ecuanimidad la muy difícil situación que enfrentaba. Con la misma calma me dijo lo que ambos sabíamos, que lucharía hasta el final y sería fiel a sus principios hasta el último instante.

Lo demás es parte de la historia que todos conocen. Allende nunca fue derrotado. Nadie podía superarlo en el debate parlamentario, ninguno de sus rivales políticos pudo vencerlo con ideas o argumentos, nadie pudo doblegar la firmeza de sus convicciones ni apartarlo de la total entrega a su pueblo, a los más pobres, humildes y olvidados. (...)

Ahora celebramos su Centenario en una América Latina que renace, se sacude el pesado fardo de la explotación y el vasallaje que sufrió durante siglos y avanza por anchas alamedas de libertad y solidaridad. Vivimos una época nueva en la que él también vuelve a nacer (...).

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