La cuestión principal de un proyecto como el que nos ocupa es quién puede tomarse en serio a un tipo disfrazado de murciélago. Una respuesta a esa pregunta llegó dada con la plasmación colorista, kitch y pop de la teleserie de culto de los años sesenta y otra, posterior y en formato grande, fue debida al genial Tim Burton y a su imaginario gótico. El resto de planteamientos llegaron desde la fuente original del personaje: el cómic. Frank Miller retomó al personaje imaginado por Bob Kane y lo sentó en el diván siquiátrico de Arkham. El héroe ante el espejo. Ahora, de la mano de Christopher Nolan, las viñetas tenebristas legadas por Miller -y retomadas por Jeph Loeb y Tim Sale en la obra gráfica «El largo halloween»- cobran vida. Lo hicieron en una anodina carta de presentación que llevaba por título «Batman begins» y, ahora, asentados ya los rumbos siquiátricos del personaje, nos ha llegado esta prolongación que ha dinamitado las taquillas.

La duda vuelve a ser la misma, la de hacer creíble a un tipo que corretea por las calles de Gotham disfrazado e impartiendo justicia a su manera.

La principal virtud de este nuevo Batman ha consistido en el oportuno puntillismo con el que Nolan ha perfilado el Némesis del protagonista; el reflejo sobre el espejo del héroe y que llega en forma de un enloquecido villano cuya risa perpetua tiene como fin último decirle al tipo del disfraz que está igual o más chalado que él. El Joker compuesto por el desaparecido Heath Ledger acapara todo el interés de la función, porque en su conducta desequilibrada y temible radica buena parte de los miedos y paranoias que subyacen en la sociedad norteamericana. La magnífica interpretación de Ledger bordea en todo momento la brillantez, ya que consigue un difícil equilibrio entre el histrionismo y la pausa del que se sabe portador de múltiples cartas en la manga.

«Batman: el caballero oscuro» es un vertiginoso circo de locura y acción. Su ritmo es vibrante y fastuoso. Es una lástima que el autor de «Memento» no haya querido ir más allá en las posibilidades que brinda la trama de la película y, en plena catarsis de violencia, se decante por el improbable desenlace de los dos barcos condenados a saltar por los aires. Para colmo de males, ya nunca más tropezaremos con la endiablada risa del agente del caos.