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Helen Groome Geógrafa

Cloaca mínima

Bastante nos queman los «servicios» costeados con dinero público y que benefician únicamente a alguna gente poco necesitada. Pero cobrar un servicio público que no existe es ampliar las fronteras del atrevimiento político a nuevas dimensiones.

Me pregunto cuánto solía pagar la ciudadanía romana para disfrutar del servicio ofrecido por el sistema de alcantarillado que empezó a construirse en Roma a finales del siglo VI a. C. y cuyo elemento más famoso era la «Cloaca Máxima», para evacuar las que hoy llamamos «aguas residuales» de la que era entonces una de las ciudades más pobladas del mundo.

Así, hace ya 2.600 años, alguien de la zona reconoció la necesidad de gestionar la basura y los aguas residuales generados por las personas y actuó en consecuencia. Grandes zonas de Roma llegaron a disfrutar de este servicio de forma colectiva, aunque también había propiedades particulares con sus propias fosas negras. Desde entonces se han desarrollado diversos sistemas de evacuación de aguas residuales en muchos lugares del mundo, siendo lo más común un alcantarillado colectivo cuya construcción y gestión se asume como un servicio público a pagar mediante impuestos.

En el siglo XXI d.C. sigue habiendo muchos sitios donde no existe dicho servicio. Lugares que la población vasca puede considerar como lejanos, como aldeas de África o barriadas de Río, pero también, y aunque puede sorprender, lugares que considera «de casa», como son barrios y caseríos aislados del medio rural vasco. Hay barrios en los que, muy recientemente, se ha introducido un alcantarillado colectivo, pero hay otros en los que sencillamente no existe.

¿Cómo hay que reaccionar, entonces, cuando el ayuntamiento de una de estas zonas decide cobrar a su población local el servicio de agua y alcantarillado de forma conjunta y genérica? O sea, tengas o no servicio de alcantarillado te cobra el servicio, con el debilucho argumento de que no puede separar los dos conceptos en cobros distintos. En Roma habría significado una revuelta. Aquí, de momento, las personas afectadas están atónitas ante la provocación y la falta total de tacto y sensibilidad que demuestra el equipo municipal de Karrantza. Por favor, que reaccione, ya que preferimos no rebelarnos.

¿No le era obvio al equipo técnico-político del Ayuntamiento que esta medida provocaría un conflicto? Es tan descarada y tan provocativa que una se pregunta en qué estratosfera viven para creer que podía hacer esto «y no pasa nada». No ve que es imposible argumentar ante un tribunal o ante una ciudadanía con sentido común el cobro de un servicio público que no se ofrece. Bastante nos queman los «servicios» costeados con dinero público y que benefician únicamente a alguna gente poco necesitada. Pero cobrar un servicio público que ni existe es ampliar las fronteras del atrevimiento político a nuevas dimensiones.

De momento, los intentos de razonar con el Ayuntamiento han sido infructuosos y en algún caso han generado salidas de tono por parte de alguno de sus empleados. No hay nada como saberte culpable de algo para ponerte frenético en la búsqueda de excusas o justificaciones, aunque, claro, la mayoría de la población procura aparcar tan infantil comportamiento al llegar a la adolescencia.

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