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Jon Odriozola Periodista

EL timo del Big Bang

El Universo es eterno movimiento y transformación. Ya lo dijo Heráclito antes de inventarse la Liga de Fútbol

Como decía el emérito profesor Franz de Copenhague, hay dos maneras de abordar un problema (él decía «poblema»): o bien metiéndole mano o bien metiendo la pata o gamba. O sea, prueba y error. Era un empirista. Consciente de que la vorágine de la actualidad ha centrifugado lo que fuera noticia relativa al acelerador de partículas o Gran Colisionador de Hadrones (hasta que sufra una nueva avería), me sorprende -es un decir- que la Iglesia y demás charlatanes no «discutan» el osado y carísimo experimento de la llamada «comunidad científica» (que, como los de la NASA, se habían quedado en el paro) por tratar de descubrir el esotérico e hipotético bosón de Higos, llamado también «la partícula de Dios», cuya existencia se considera indispensable para explicar por qué las partículas elementales tienen masa y por qué las masas son tan diferentes entre ellas.

Como se sabe, los físicos del CERN (Centro Europeo de Investigaciones Nucleares) pretenden recrear -en un túnel circular de 27 kms. entre Francia y Suiza- los instantes posteriores al Big Bang mediante la colisión frontal de partículas a la velocidad de la luz. Al principio, las noticias hablaban de buscar reproducir las condiciones físicas que dieron lugar al Universo. Demasiado pretencioso, pensé. Algo inimaginable y sacrílego por excesivamente prometeico y no digamos ya antibíblico y veterotestamentario para los cavernícolas creacionistas. Aún así, la clerigalla y los curánganos no han dicho ni pamplona. Ahora se matiza y se dice que se pretende recrear «los instantes posteriores» al Big Bang. Y es que la teoría del Big Bang se da por supuesta e indiscutible y como campeona dentro del supermercado de la especulación mística sobre el origen y el genoma del Universo. Siendo -¡herejía, herejía!- que el Universo ni tuvo principio ni tendrá final ni muerte térmica. Pero el modelo estándar de la Gran Explosión viene bien para hacer creer que hubo un «antes» en el tiempo. O un «motor inmóvil» aristotélico. O un Demiurgo gnóstico, lo que sea. Como anécdota contaremos que uno de los «padres» de la teoría del Big Bang fue el sacerdote belga George Lemaître.

El personal ya no es tan crédulo como en épocas más oscurantistas. Hay que renovarse y dotar a la religión de algún verismo científico (incluso Wojtyla reconoció una suerte de evolucionismo, eso sí, regulado por un Ente superior, un Diseño Inteligente, como si fuera Agatha Ruiz de la Prada, te cagas). La teoría del Big Bang dice que el Universo se creó a partir de una «singularidad» muy pequeña como si fuera un perdigón, cargada con una cantidad enorme de materia y energía. Esta «singularidad» explotó en un momento determinado (no se dice cuándo, claro, ¿cómo saberlo si uno no estaba allí?) y en esa gran traca se creó el Universo (no en seis días que suena a chiste malo).

Pero, como decía Carl Sagan, el Sol, los planetas, sí tendrán un final pero no el Cosmos. El Universo es eterno y no eviterno. No tuvo, repito, principio ni tendrá fin. Ya sé que cuesta trabajo entender esto sobre todo para mentes que, formadas bajo el capitalismo, piensan que, después de ellos, el diluvio. El Universo es eterno movimiento y transformación. Ya lo dijo Heráclito antes de inventarse la Liga de Fútbol.

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