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Entre el reportaje nupcial y el docudrama

«La boda de Rachel»

Jonathan Demme brinda a Anne Hathaway la oportunidad de lucirse en su primer papel dramático complejo, como una modelo sometida a rehabilitación para dejar sus adicciones y que regresa al hogar familiar para asistir a la boda de su hermana, enfrentándose a tensiones y traumas difíciles de superar. A la vez que el conflicto interno se desarrolla la fiesta nupcial sigue su curso, todo ello captado mediante un estilo de cámara directo e improvisado.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Las películas de Jonathan Demme son miradas con lupa por un sector de la crítica que le exige la superación del techo alcanzado dentro de la ficción con «El silencio de los corderos». Pero el veterano cineasta va a lo suyo, sin responder a desafíos competitivos marcados por el hecho de haber triunfado en los Oscar. El artífice de «Stop Making Sense» se encuentra más a gusto haciendo películas musicales y documentales, porque no hay nada más gratificante que colaborar con artistas de la talla de Neil Young en proyectos que no necesitan de dirección interpretativa alguna. Su vuelta a la ficción con «La boda de Rachel» escapa a los sistemas de producción convencionales de Hollywood, y de ahí que resultase adecuada para su presentación en la Mostra de Venecia, donde fue muy bien recibida por la crítica internacional. El espíritu independiente de Demme se acentúa cada vez más, después de una serie de intentos fallidos por responder a las expectativas del cine comercial, como si volviera a sus orígenes, cuando se curtió en la serie B bajo el mecenazgo de Roger Corman. El que fuera su mentor aparece como uno de los invitados a la boda que portan cámaras, aportando material al montaje final.

«La boda de Rachel» es un nada convencional drama familiar en el que Jonathan Demme se acoge voluntariamente a los postulados del movimiento Dogma 95, con unos resultados similares a los conseguidos anteriormente por el danés Thomas Vinterberg en «Celebración». Es así en relación al planteamiento técnico y formal, ya que lo que cambia es el punto de partida argumental.

Las diferencias provienen del guión de Jenny Lumet, hijísima de Sidney Lumet, a la que en adelante le espera una carrera al estilo de la que lleva otra hija de cineasta como es Sofía Coppola. La heredera artística de Lumet propone una visión aguda de las interioridades familiares, capaz de provocar que el espectador se sienta interesado por los problemas del grupo. Pero lo consigue mostrando sus claroscuros, y sin tratar de que el público empatice con unos personajes que hasta pueden llegar a ser irritantes.

Jonathan Demme cuenta como principal aliado con el director de fotografía Declan Quinn, con el que viene de trabajar en el documental sobre Jimmy Carter. El propio Quinn opera con la cámara y se convierte en un personaje más, en un testigo directo de las intimidades y problemas familiares. Él se ocupa de mostrar lo que ocurre entre bastidores, mientras la fiesta sigue recogida por otras tantas cámaras que se encargan de contribuir a una gran película casera como las de los videoaficionados pero con estrellas en el reparto.

De esta manera el guión se convierte en una referencia para unos intérpretes volcados en llevar a cabo el arte de la improvisación, junto con los músicos que amenizan la velada en directo. Los actores y actrices se entremezclan con los invitados, que no son exactamente lo que se entiende por unos figurantes o extras, sino que conforman una reunión de amigos y conocidos del director, según la idea de que han de encajar con los novios.

UN GUIÓN AUDAZ

Al director le encantó «la descarada indiferencia de Jenny Lumet (la guionista) hacia las fórmulas convencionales». De hecho, decidió rodarlo por considerarlo un «audaz acercamiento a la verdad, el dolor y el humor».

De boda con Robert Altman, a treinta años de su estreno

Jonathan Demme no ha ocultado en ningún momento su voluntad de homenajear a Robert Altman y su película «Un día de boda», de cuyo estreno se cumplen ya los treinta años. De aquella realización adelantada a su tiempo toma el sentido coral y la utilización del plano-secuencia, aunque no disponga de la misma capacidad para reunir a un plantel estelar en el que estaban, entre otros, Vittorio Gassman, Carol Burnett, Mia Farrow, Lillian Gish o Geraldine Chaplin. Comparte con el maestro la intención de reflejar la sociedad norteamericana del momento. M. I.

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