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Anjel Ordóñez Periodista

Del polvo a la ceniza, el otoño del mármol

El cementerio ya no es lo que era. Permítaseme, antes de seguir y aunque no es mi intención frivolizar ni mucho menos hacer escarnio, recomendar al lector devoto de sacramentos y santos oficios que salte a otro artículo, que en esta sección los hay muchos y brillantes. Como decía, el camposanto no es sombra de lo que fue. Nunca tuvo demasiada vida, pero es que ahora, aun en su gran día, ha perdido el esplendor de antaño. Quedan para el recuerdo las largas, suntuosas y multitudinarias jornadas de flores y mármol, de obligado aseo anual y de afectada tertulia. Ya no se para el mundo por honrar la memoria de los muertos, la vieja cultura funeraria huele a rancio, a añejo. A muerto, si me permiten la demasía.

Llegaron a contarse, en las animadas vísperas del Día de Difuntos, hasta 400.000 almas vagando entre los cipreses de Derio. Pero la gran urbe de los no vivos, el mayor complejo funerario de Euskal Herria, mastica sin dientes su agonía. Desde que en 1989 colgara el cartel de «completo», ya no se admiten nuevos inquilinos. Incluso se han mudado a otros barrios, sin mediar consulta a sus legítimos dueños, los restos de 11.000 fiambres. Para crear espacios ajardinados, dicen. No es fácil descansar en paz, ni tampoco coger el sueño eterno.

Y ha sido el fuego el principio del fin para este día de los muertos. La fría estadística dice que más del 60% de aquellos que abandonan el mundo de los vivos dejan puñiletrado que prefieren el eficiente fuego purificador al lento descomponer de los gusanos. En el colmo de las paradojas, el fuego amenazador de los infiernos, látigo secular de sotanas inquisidoras, ha terminado por imponerse en la moda del último suspiro. Negocio de incineradores, quiebra de marmolistas.

Aunque ha tardado, la historia recupera el ciclo, completa el bucle. Los ritos funerarios se van desvinculando de cirios y crucifijos, de rosarios y plañideras. Vuelve el gusto por lo pagano, por lo festivo. Lástima que, tras siglos huérfanos de ritos profanos propios, hayamos abrazado inopinadamente el cutre Halloween. ¿Dulce o travesura? Pregunta estúpida. Amén.

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