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Jakue Pascual Sociólogo

El Capital de Fantomas

Fantômas viste esmoquin y chistera y se oculta tras un convencional antifaz. Su silueta recorta el crepúsculo y holla París como el gigante de la habichuela

Nos habíamos hecho con un stock de libros comprados a peso. Un mare mágnum de textos publicados en los 70 por editoras como Viejo Topo o Zero Zyx. Destacaba una revistilla ilustrada narrada por Julio Cortázar: «Fantomas contra los vampiros multinacionales». Una utopía realizable.

La víctima observa atónita en el espejo su personalidad suplantada. El disfraz le muestra sádico la efigie de su propia muerte. «¡Fantômus! ¿Cómo dice? Digo... Fantômas. ¡Nada... y todo! Es decir, ¿qué hace ese alguien? ¡¡¡Da miedo!!!».

Fantômas es discípulo de Zigomar y de ladrones de guante blanco como Rocambole o Arsenio Lupin. Un genio del crimen que machaca sin piedad al perpetrar fechorías de sociópata. Creado en 1911 por Marcel Allain y Pierre Souvestre, atraviesa el pasadizo desde la novela gótica hasta la de asesinatos en serie. «¿Dónde está el mal y dónde está el bien?», se pregunta Fantômas. «El bien es para mí lo que quiero».

Fantômas viste esmoquin y chistera y se oculta tras un convencional antifaz. Su silueta recorta el crepúsculo y holla París como el gigante de la habichuela. Fantômas pasa al cine mudo con la magnífica factura de Louis Feuillade. Su popularidad se expande por todos los estratos sociales y muchos le acusan de atentar contra el archiduque Francisco de Habsburgo.

A los surrealistas les encantaba la amoralidad y la escritura automática de las novelas de Fantômas. Óleos de Tanguy y Gris («Pipe et journal»). Series de cuadros de Buffet y Magritte, a quien una foto muestra imitando la pose del malvado pintada por él mismo en «Le barbare». Apollinaire funda la Sociedad de Amigos de Fantômas. Para Cocteau cuenta con un «absurdo y espléndido lirismo». Max Jacob y Desnos le escriben poemas. Y Neruda -«Confieso que he vivido»- explica cómo le interroga un policía rodeado de teléfonos, en una escena que le recuerda a Fantomas y al comisario Maigret.

Pero es con la editorial mexicana Novaro -«Fantomas, La Amenaza Elegante»- cuando el personaje sufre una transformación socialista, convirtiendo sus audaces robos en señas de innovación y combate contra el capital acaparado. Aquí, sin circunflejo, se ciñe una máscara blanca de pressing cacht y es asistido por chicas zodiaco, el profesor Semo y C-19, un robot que no pronuncia el nombre de su inventor en vano. En el número 201 de 1975 se publica «La inteligencia en llamas», donde Fantomas recurre a Moravia, Octavio Paz, Susan Sontag y Cortázar para interceptar a un loco decidido a destruir los libros. Cortázar recoge el desafío y mezcla sus vivencias en el Tribunal Russel -que denuncia el intervencionismo yanqui y los abusos de las dictaduras latinoamericanas- con la trama del cómic, deslizando la culpabilidad desde el chiflado millonario a las vampíricas transnacionales. «He adoptado este eslogan de los demagogos. Haced pagad a los ricos. Voy a obligarles a pagar un impuesto por el derecho a estar vivos».

Me dispongo a guardar el folleto de Cortázar y de entre sus páginas se escurre planeando hacia el suelo una tarjeta negra impresa en letras de oro. La recojo y leo: Fantomas: «Maestro de todo y de todos». Un cuento, me digo. Sólo es un cuento.

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