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Raimundo Fitero

Inclemencias

Estos días donde la meteorología se apodera de las conversaciones ordinarias, se convierten en la materia principal de algunos programas de televisión que se dedican en su esencia a colocarse en la actualidad más rotunda, sea por arriba, por los laterales o desde el submarinismo. La tarde del domingo, sin ir más lejos, la primera estatal se dedicó a mandar a sus corresponsales dominicales a los puntos más altos sobre el nivel del mar de diferentes lugares de la geografía ibérica. El motivo, obviamente, era la nieve, el temporal, la situación invernal en la que nos ha colocado la confluencia de borrascas, vientos, y esos fenómenos que cada vez que ocurren nos da por considerarlos novedosos, pero que si acudimos a la memoria virtual, o a la RAM, comprobamos que es bastante habitual que sucedan, aunque todos quisiéramos ver el sol con mayor asiduidad.

Las inclemencias del tiempo son inspiradoras de los reportajes de siempre, de las imágenes de toda la vida. La primera nevada del año, las familias acudiendo a los parques a jugar, los transportistas acorralados y con sus cadenas casi oxidadas, la bajada de temperaturas de una manera acelerada que nos proporcionan una reiteración de sucesos encadenados que nos entretienen y hasta se agradece porque así llegamos a la conclusión complaciente de que mal de muchos, consuelo de tontos.

En nuestro ámbito, otro de los grandes inspiradores de nuestras programaciones como son los obituarios, en este caso muy triste, la muerte del bardo vasco Mikel Laboa, recompone las programaciones, y aunque nos hace este lunes más cuesta arriba, mucho menos asimilable, pasada la primera impresión, sorteado el abismo, nos sobreviene la llamada a la insurrección contra los hechos consumados que nos alimenta las ganas de actuar, de gritar, de proclamar nuestra más inequívoca disposición a mostrar nuestra solidaridad, nuestra más absoluta y nítida complicidad con todo lo que ha sido, es y será Laboa, su ejemplaridad, su categoría de maestro en el arte y en la coherencia. Las inclemencias del alma y la memoria no se solventan con abrigos y bufandas, sino con abrazos y compromisos.

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