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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía y crítico literario

De no creer

Hace ya bastantes años, quizá unos cuarenta, había en Donostia un local -planta baja y sótano-, Galería Barandiarán, en el que había exposiciones y charlas, de la Escuela Vasca de Arte, del grupo Gaur (Oteiza, Chillida, Ruiz Balerdi, Basterrretxea, Sistiaga...), recitales, etc. Recuerdo una vez que se montó el pollo cuando un, entonces, muchacho dio una charla con el título -para algunos pura provocación- de literatura vasca en castellano. Mucho ha llovido desde entonces y mucho se ha discutido también sobre estas cosas. Obviaré el asunto no por carecer de interés, sino porque no viene al caso para lo que voy a abordar.

Alguien se atrevería a decir, por ejemplo, que la editorial donostiarra que por los años de los que hablo publicaba textos fundamentales del marxismo, prohibidos o en el abismo constante de serlo, no era una editorial vasca (¿Equipo Editorial se llamaba?). A nadie se le habría ocurrido decirlo entonces y tampoco parece que se le ocurriría ahora.

Recientemente leo, y releo, ya que no me lo puedo creer, que a la hondarribitarra Hiru Argitaletxea, no le dejan exponer sus libros en la feria de Durango, cuando es claro que, por una parte, esta editorial ha publicado libros en euskara, ha traducido también al castellano a Aristi, Izagirre, Sarrionandia, y ha publicado cantidad de libros de ensayo reseñables y de innegable interés, amén de estar instalada aquí, haber nacido aquí y haberse implicado con los problemas de aquí.

Si en este país no hay nadie (supongo) que no dé por buena la afirmación de que vasco es todo aquel que vende su fuerza de trabajo en Euskadi (definición inaugurada cuando se hablaba del «pueblo trabajador vasco»), ahora aceptada por más amplio espectro social y político que entonces y expuesta como todo aquel que vive y trabaja aquí, y si aplicamos esta aceptada definición al campo editorial, concluiríamos diciendo que editorial vasca es toda aquella que hace libros en este país, y en consecuencia no hace falta hacer juegos malabares para que una editorial así tenga cabida plena en una feria del libro y el disco vasco, como la de Durango. Pues bien, todo dios acepta la definición mentada menos los artífices del reglamento durangués.

No entraré en las triquiñuelas reglamentarias que aducen para excluir a la editorial fundada por Eva Forest, pues si esto es argumentar que venga Aristóteles y lo vea; aunque también tendría cerrada la puerta de la feria. ¿No tiene cabida en dicho encuentro anual, en la localidad vizcaína, de la gente que lee de este país el ensayo político, filosófico, etc., por no tratar de temas de aquí? ¿No son temas de aquí... los textos clarificadores que han publicado sobre otros países (Cuba...), sobre otras culturas(el judaísmo) los análisis de ciertos filósofos (Bernard Stiegler) o sociólogos (Pierre Bourdieu)? ¿Y cuáles son los temas de aquí? ¿No tiene nada que ver con este país lo que escribe Alfonso Sastre, tanto en sus obras de teatro como en sus ensayos sobre arte? No quisiera ni oír la respuesta, pues me temo lo peor: una visión absolutamente castrada y castrante de la literatura y del aquí, más cerca de la horda y la tribu que de los ciudadanos.

Como digo, no entraré en el intríngulis ordenancista, entre otras cosas porque no soy amigo de leer reglamentos, pues tengo otras cosas más interesantes que leer, amén de que los hondarribitarras se bastan solos para defenderse de semejante tropelía sin que salga este humilde servidor en su ayuda. Simplemente quiero mostrar mi pública solidaridad con los excluidos y mi enfado por su increíble marginación, y conste que no es cuestión de simpatía ideológica -que también pudiera haberla-, sino una mera cuestión de justicia (cercano a aquel amicus Plato sed magis amica veritas). Este año, desde luego, yo no he ido a Durango.

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