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Beatriz de la Vega y Ion Zufiaurre

China, India y ahora Urdiain

Mientras la economía mundial se viene abajo, las bolsas se desploman, los despidos masivos van en aumento, el petróleo se acaba y los polos se deshielan, en Urdiain nos vamos a hacer de oro.

Tenemos un gran plan, la construcción de un polígono industrial gigantesco para que vengan cientos de empresas (todavía no sabemos cuál, pero bueno) a compartir generosamente con nosotros sus beneficios. Construiremos urbanizaciones e incluso rascacielos para vendérselos a los miles de trabajadores que vendrán a vivir aquí con sus familias.

Esta historia sería una buena comedia si no fuera por la gravedad del asunto, ya que la destrucción de miles de metros cuadrados de la tierra más fértil del pueblo es irreversible. En su lugar nos dejan escoria, cemento y contaminación, creando una enorme zona muerta alrededor del río.

¿Quién, pudiendo elegir, viviría en un polígono? ¿En qué queremos convertirnos, en el extrarradio de una ciudad industrial con sus ruidos, humos y olores? En muchos pueblos de Sakana hay suelo industrial en venta. ¿Para qué queremos más?

¿Y si la crisis, como algunos expertos advierten, no pasa en dos años? Nadie quiere verse con la azada y las alpargatas sembrando patatas y trigo, pero puede ocurrir, puede que un retroceso brutal de la economía nos lleve de vuelta a la tierra.

¿Quién asumirá la responsabilidad civil cuando futuras generaciones nos pidan cuentas de lo que hemos hecho?

El desarrollo debe ser respetuoso con lo que somos. Y el tamaño y la ubicación del polígono proporcionales al pueblo y adecuados a sus necesidades; lo demás es ciencia ficción y una gran irresponsabilidad por parte de todos.

Nuestros recursos naturales son una herencia demasiado valiosa para venderla por cuatro duros. Y aunque la ley nos ampare, no tenemos ningún derecho a arrasar con 620.000 m2 de tierra a cambio de un espejismo.

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